domingo, 29 de diciembre de 2013

Una de esas noches

Hoy es una de esas noches en las que el sueño no llega como lo esperabas, te pasas horas y horas y horas dando vueltas en la cama, buscando una posición que nunca es lo suficientemente cómoda.
Intentas dormirte refugiándote en pensamientos agradables que acaben en dulces sueños pero que, sin querer, desembocan en pensamientos tensos, recuerdos que creías olvidados pero te atormentan durante horas. Y entonces empiezas a tener calor, un calor inexplicable, y te destapas por completo experimentando un delicioso alivio. Pero espera, porque en un rato te asaltará un frío terrible, que te obligará a buscar de nuevo el edredón que has empujado hasta los pies de la cama y con el que te taparás hasta la barbilla, experimentando de nuevo ese placer.
Tus ojos pesarán de vez en cuando, se acostumbrarán a la oscuridad, haciéndote sentir más seguro de los pensamientos malos que te han acompañado hace unas horas. Pero todo este tiempo has conseguido tener la mente casi en blanco, has vuelto a intentar pensar en cosas bonitas pero te has ido por las ramas hasta no pensar en nada, pero aún no hay sueño.
Y pensarás qué rápido han pasado estas horas moviéndote de un lado a otro de la cama, dando vueltas a tus imaginaciones, con lo lento que pasa el tiempo cuando es de día... Es como si la noche hiciese las horas más cortas y todo se volviese del revés y los minutos que parecían una hora del día se volviesen las horas que parecían minutos al caer la noche. La noche... ¿Quién estaría aún en la calle a estas horas? Con lo bien que se está en la cama, aunque siga sin sueño, se está tan tranquilo aquí...
Al fin encuentras una postura en la que no quieres moverte, al fin tus párpados vencen, al fin tus pensamientos y la lógica, perfectamente ordenados, se empiezan a mezclar sin sentido, al fin abandonas este mundo y te sumerges en la inconsciencia, como quien muere mientras está dormido.

domingo, 15 de diciembre de 2013

Línea 4

El tren vibra cuando retoma la marcha y la gente que acaba de entrar busca asiento. Un hombre entra en el vagón y explica su situación: pide dinero. Mientras avanza a través del tren repitiendo la cantidad deseada la gente gira la cabeza, mira al suelo, guarda el móvil, sujeta el bolso y se limita a seguir con el semblante serio. Algunos están acostumbrados, otros no, pero es como si no existiese ese hombre, como si no pasase por delante ni hablara. 
Unos pocos están conversando, la mayoría nos centramos en una pantalla, en el techo, el suelo, el del al lado, el de delante, intentando disimular el aburrimiento con el que todos cargamos, y la prisa por salir de aquí.
Los que estamos solos nos miramos unos a otros, estudiándonos como si fuese el primer día de clase; midiendo sus movimientos, juzgando su ropa y su pelo, imaginándonos de dónde vienen, a dónde van, quiénes son. Todos son suposiciones absurdas e inventadas, pero es divertido. Hay mucha gente.
También ponemos el oído, buscando el sentido de las conversaciones cortadas. Según el fragmento construimos lo que se dijo antes, que se dirá cuando dejemos de oírlo, de qué se habla. Y juzgamos, como en una película, quién es el bueno y quién es el malo como si realmente nos interesase saber qué va a pasar después de que abandonemos la escucha.

Cada vez que el tren se detiene levantamos la mirada como si buscásemos a alguien, aunque solo queremos ver quién entra y quién sale por puro divertimento, por pasar el rato hasta que seamos nosotros los que estemos en el punto de mira mientras abandonamos el vagón y salimos a la superficie, al mundo real, y continuamos nuestro camino olvidando todo lo que hemos visto y oído hace apenas cinco minutos.

miércoles, 11 de diciembre de 2013

Mesa al lado de la ventana

Me acerqué a una mesa junto a la ventana y dejé el capuchino y el muffin para quitarme todas las capas de ropa que llevaba. Cuando al fin me acomodé y acerqué mis labios a la taza caliente reparé en la calle al otro lado del cristal. 
Para ser las nueve de la noche aún seguía habiendo mucha gente en la calle, todos los que habían dejado las compras navideñas para el último momento.
Las luces que colgaban sobre la carretera mezcladas con las de las farolas y los establecimientos irradiaban un ambiente de lo más festivo a pesar de las caras de agobio que se veían entre tanto abrigo y tanta bolsa.
Yo tenía mi bolsa sobre las piernas, estaba deseando que llegase el día en el que la recibiría su destinatario. Porque aunque hiciese un frío que dejase la nariz colorada, aunque medio Madrid estuviese arremolinado y a presión en esta zona, aunque el exceso de bolsas y de capas hiciese que nos sintiéramos un Michelín todos esperábamos con ilusión que nuestros regalos fuesen abiertos por esa persona especial. Solo por ver su cara de felicidad todo el agobio, las prisas, el dinero, los empujones que se estaba dando la gente enfrente de mí habrían valido la pena.
Entonces moví la cabeza como si me acabase de despertar, me había quedado con la mirada perdida y no había visto que Víctor estaba dando golpes en el cristal mientras me llamaba. Le hice una señal y entró dentro. Me levanté y me estrechó entre sus brazos helados, fue entonces cuando escuché un sonido como de plástico: llevaba una bolsa en la mano.

martes, 19 de noviembre de 2013

Mi pequeño incordio

Otra vez se va de rositas y me regañan a mí, siempre soy yo la mala y tengo la culpa de todo.
Otra vez molestando, siempre cuando estoy haciendo algo importante, es como si tuviese un radar para ello.
Otra vez tengo que quedarme cuidándolo en casa cuando podría estar por ahí con mis amigos, siempre me toca joderme cuando hay planes.

Otra vez me ha defendido cuando me estaban regañando en casa, siempre da la cara por mí aunque ni sepa lo que ha pasado.
Otra vez ha venido a darme un abrazo así porque sí, siempre sabe cuando lo necesito aunque no se lo pida.
Y otra vez ha hecho que pase de estar enfadada a reírme, porque sabe cómo sacarme una sonrisa.

Porque si, es un incordio, de hecho es gran incordio, pero es mi pequeño incordio.

Domingo a las doce

Cuando abrí los ojos el primer estímulo externo que me llegó fue el ronquido de aquel hombre a mi lado, un segundo después noté su brazo sobre mi cadera desnuda. Parpadeé y con sumo cuidado trasladé su mano lejos de mí para poder sentarme sobre la cama. Recordé bien lo que me había dicho antes de pagarme y meterme en la cama: que me daría más si me quedaba hasta pasado el medio día con él, por suerte mi insistencia había conseguido ese dinero por adelantado, el siguiente paso era largarme de aquel dormitorio mediocre, de aquel piso mediocre, lejos de aquel hombre mediocre.
Sentí algo junto a mi pierna, mi sujetador. Después de ponérmelo me bajé de la cama y me puse a gatas, palpando el suelo en busca del culotte, no más lejos de donde me encontraba. Conseguí ponérmelo sin erguirme y proseguí mi búsqueda. Me encontré dos prendas una encima de la otra, los pantalones del hombre y mi minifalda de tubo. Tocaba ponerse a la pata coja durante unos segundos. Con cuidado me apoyé en lo que mi tacto interpretó como una mesita y logré enfundarme con éxito, aunque sin la certeza de que no estuviese del revés. Pero ahora no podía andar cual bebé por la habitación, solo podía ponerme de rodillas e intentar encontrar el resto de prendas. Por culpa de esto, mi pierna se empotró contra el pico de la cama y no pude evitar pegar un pequeño grito de dolor. Después de eso me quedé quieta mientras una pequeña lágrima cruzaba mi mejilla, el hombre no se inmutó. Aún con el compás de sus ronquidos me desplacé hasta llegar a lo que parecían ser las cortinas de la ventana, y justo ahí debajo estaba mi top. Busqué con las yemas de los dedos las lentejuelas que me indicaban que al menos eso estaría bien puesto.
El hombre se revolvió en la cama y no lo pensé dos veces: debía salir de ahí cuanto antes. Lo poco que recordaba de la disposición del dormitorio era que la ventana estaba en la pared paralela a la de la puerta y que la enorme cama estaba entre ambas.
Me pegué al fondo del cuarto al estilo de los espías de las películas y fui desplazándome, chocándome levemente con un sillón que tenía un cenicero y una caja de tabaco y sobre el cual se encontraba mi chaqueta, con la que me topé de pura casualidad. Me di cuenta de que no había encontrado mis medias, pero ahora no tenía tiempo para ello. Cuando estaba a punto de llegar a la puerta me agaché, recordaba haberme quitado los tacones nada más entrar en la habitación. Estaban los dos juntos donde me los había quitado. Con una mano palpé la puerta hasta dar con el pomo, en la otra sujetaba los zapatos. Cuando me disponía a girarlo para por fin salir de allí escuché pasos al otro lado.
—Alfonso, ¿estás despierto? Hemos llegado antes, mis padres están en el salón.

viernes, 8 de noviembre de 2013

Desmaquillante

Llegó a casa agotada y se quitó el abrigo para colgarlo en el perchero.
Lo primero que hizo fue quitarse los tacones. Adiós a la chica elegante.
Cuando llegó a su dormitorio de despojó del ajustado vestido y se puso el pijama. Adiós a la chica sexy.
Se quitó los pendientes, las pulseras, el collar y los anillos. Adiós a la chica con clase.
Fue al baño y mojó un algodón con desmaquillante para hacer desaparecer el rímel, la raya, el pintalabios y la base de maquillaje. Adiós a la chica guapa.
Después se quitó el peinado que tanto le había costado hacerse para soltar sus cabellos despeinados. Adiós a la chica de revista.
Volvió al dormitorio para dejarse caer sobre la cama. Hola a la chica real.

El océano

El marinero se levantó esa mañana con el sabor de la sal en la garganta y el sentido del equilibrio algo debilitado debido al constante vaivén del barco. Ese día se dio cuenta de que acaba de saber qué era la vida. Con su mente en constante proceso filosófico se acercó a su compañero.
—Pareces pensativo hoy, ¿ocurre algo, amigo? —inquirió tan serio como siempre.
—Algo pensativo estoy hoy, si...
—¿Y qué es eso que piensas?
—He pensado que la vida es... el océano, navegar por el océano.
—¡Navegar por el océano! Siempre había leído que la vida es un río y la muerte el mar.
—Piénsalo bien, la vida no es el río, eso en todo caso puede ser el tiempo. Pero el océano... Sabemos donde empieza, pero no donde termina. A veces lo suponemos o lo vemos venir, pero tú no estás nunca seguro de cuándo y cómo llegarás a tierra. ¿Verdad que no? —Su compañero negó con la cabeza, algo extrañado por lo que estaba escuchando—. Navegamos sin detenernos, no podemos tirar el ancla ahora por ejemplo, estamos moviéndonos todo el rato. Y tenemos un recorrido que cumplir, si, pero a veces el viento deja de ir a nuestro favor y a veces hay tormentas que destrozan cosas... El agua nos arrastra sin que lo queramos, solo nos adaptamos a ella para avanzar, ¡pero hay veces que te acostumbras tanto al movimiento de las olas que ni te das cuenta! ¿Y qué me dices cuando vemos objetos flotantes? Son cosas con las que no contábamos, que llegaron sin avisar y las subimos al barco. Y a veces son cuerdas o pececillos sin importancia, pero ¿y cuando encontramos algo bueno? Es como un tesoro y se queda hasta el final del viaje, a no ser que ocurra algo para que deje de perder su valor. ¡Es el océano, amigo, es la vida! Y nosotros estamos navegando en ella, sin darnos cuenta.

miércoles, 23 de octubre de 2013

Noche helada

Esa noche hacía más frío que de costumbre, sentía que el edredón estaba congelado y que a medida que pasaban los minutos se enfriaba todo más. Sin embargo mis lágrimas estaban templadas, siendo mi única compañía en aquella noche helada. Mi cuerpo estaba contraído y sentía que me iba a encogiendo por cada lágrima que brotase.
Entonces la puerta se entreabrió y abrí los ojos, viendo como una pequeña sombra se deslizaba por mi dormitorio hasta ponerse al lado de la cama. De un salto se subió a ella y pude ver relucir durante un segundo sus ojos brillantes. Me olió la nariz y de repente se desplomó en el hueco que había entre mi cuello y mi pecho. Al fin empecé a sentir calor a la vez que llegaba a mis oídos el dulce ronroneo. Puso una postura parecida a la que tenía yo, haciendo todo lo posible por pegarse más a mí. Su cabezita acariciaba mi barbilla y no dejaba de ronronear como si así quisiera decirme que no estaría nunca sola ni aunque quisiera estarlo.

Eva

Digamos que fue amor a primera vista, al menos por su parte. Al principio no me causó excesiva impresión, solo todos los obsequios que me daba sin razón alguna. Poco a poco empecé a sentir que algo se aceleraba y se transformaba en mi corazón.
Y entonces cuando quise darme cuenta, pasó el tiempo y pasó lo que tenía que pasar, estaba en su cama, sintiendo su aliento en mi cuello y dándome la mano haciéndome sentir la más dichosa del mundo.
Pero era raro, porque en ese tiempo en el que estábamos juntos el resto me daba igual y toda mi atención de concentraba en ese momento. Sin embargo cuando se iba a trabajar y me quedaba sola en aquella casa cerrada y pequeña me daba por algo que a él no le gustaba: me daba por pensar. Y pensaba... que eso no estaba bien, que era algo malo, que las cosas se le estaban yendo de las manos y que habría consecuencias para los dos. Y sentía que estaba atrapada en esa situación sin dar ningún paso hacia detrás o hacia delante, lo único que nos separaría sería la muerte... 
Más de una vez la desesperación por verle se adueñaba de mi, recurría a cosas horribles para salir de esa vida de desdicha y desamor, pero siempre había alguien que me salvaba y no era él. Le necesitaba, me despertaba pensando en él y me acostaba con ese mismo deseo. 
Soñaba que moría o que se iba con otra y hacía todo lo posible por saber de su paradero, pero nadie hablaba allí. 
Me trataban como a una persona insignificante y bromeaban sobre mi relación con él, pero me daba igual porque sabía que cuando volviese terminaría toda esa angustia.

Y ahora estábamos los dos recién casados, nos habíamos puesto los anillos ayer en un búnker, y ahora tocaba sellar nuestras vidas con un acto que solía acompañar el comienzo de una nueva etapa, para nosotros era la final.
Me dio nuestro último beso y después me entregó en mano el cianuro y una pistola. Él masticó la cápsula y apretó el gatillo en dirección a su cabeza. Yo solo escuché el disparo, no quería que mi última imagen fuese mi recién muerto marido con un tiro en la frente.
Me tomé la pastilla y sostuve también el gatillo, me temblaban las manos, no me sentía capaz de ello. Dejó de llegarme el oxígeno a los pulmones y la sangre que recorría mis venas empezó a hervir bajo mi piel. Todo se volvió negro...


Eva Braun, muerta el 30 de abril de 1945 bajo el apellido de su nuevo esposo: Hitler.

viernes, 18 de octubre de 2013

Besos entre páginas

Terminé de leer el libro a duras penas y, dando tumbos por la biblioteca, lo dejé en su lugar correspondiente. Quería volver a casa, de repente me sentía agobiada por el examen para el que debería haber estudiado. Mientras recorría la sala mirando al suelo me lo imaginaba a él en su casa pensando en cuán estúpida había sido mirándolo como si fuese el primer ser humano que veía, pero realmente no había podido evitarlo ni tampoco como me sentía ahora. Esos pensamientos se mezclaban con la supuesta confianza que no les estaba demostrado a mis amigas al no haberles informada de nada de lo que había empezado a sentir y de mi estado actual. Con todo ello junto aparecieron los primeros retortijones de arrepentimiento y pesadumbre.

De repente dos manos se posaron sobre mis hombros y levanté la cabeza casi entre lágrimas, cuando vi al fin su rostro. Lo que hice después fue un impulso vital, me dio igual que estuviésemos en medio de la biblioteca y a plena vista de todos: rodeé su tórax con mis brazos y fundí mis labios en los suyos mientras se me aceleraba el pulso de la emoción. Y la cosa no se quedó ahí, porque él también me estrechó entre sus brazos, que me acariciaban la espalda, devolviéndome el beso. Podíamos sentir la respiración del otro, escuchar el bombeo de nuestra sangre y yo por primera vez en mucho tiempo quería quedarme así eternamente, no quería que se fuese, no quería que me tratase como a una chica cualquiera, lo quería para mí solamente y quería que dejásemos de ser simples amigos, lo deseaba con todas mis fuerzas. Y eso era el mayor error que podía cometer.

Soledad

La nieve cubría el campo hasta el horizonte, donde la bruma la mezclaba con las nubes blanquecinas que llenaban el techo del mundo, y era en ese punto en el que parecía que se mezclaban el suelo y el cielo y se difuminaba esa línea que en realidad no existía.

Yo estaba ahí de pie contemplando la estampa mientras me llegaba una brisa helada y notaba que volvían a llover los copos de nieve.

No sabía bien cuánto llevaba en ese lugar con la mente vacía, concentrándome en pequeñas cosas en las que nunca me había parado a pensar.
El campo estaba desierto, excepto por los árboles despojados y por mí misma. Me sentía incluso fuera de lugar, no pintaba nada una persona en un prado nevado que parecía el escenario de una película de Tim Burton.

Era todo tan idílico que parecía artificial. E incluso me parecía estar languideciendo por estar ahí y me sentía afortunada por poseer semejante paisaje para mi sola. Era estúpidamente dichosa.
Respiré hondo por si acaso era un sueño, estaba segura de que no volvería nunca más a ese lugar y quería aprovecharlo bien.

Paseé un rato por aquel paraje, sintiéndome tan triste que me obligaba inventarme motivos por lo que sonreír interiormente para no romper a llorar y que mis lágrimas se congelasen. Podría hacerlo, podría estallar en el llanto, derrumbarme ahí, caer sobre la nieve y quedarme gritando durante horas, podría hablar sola en alto, decir palabrotas y delirar tranquila, después de todo no había nadie allí para juzgar mis sentimientos a flor de piel. Pero no, aún me esforzaba por aguantarme y guardarlo todo en mi cajón con el resto de recuerdos. No sabía si seguir andando para distraer mi cerebro o dejarme caer. Opté por seguir hasta que volví a reparar en el disipado horizonte.
¿Qué pasaría si andase hasta ahí? Sabía perfectamente que la Tierra es redonda y sabía que era una idea descabellada entre tantas otras. Pero sentía esa ilusión infantil en mi cuerpo de perseguir el confín de algo en lo que no había reparado hasta ahora, como si fuera posible y todo. De repente sonreí, mis pies me llevaban a ese lugar. Mis labios curvados saborearon las lágrimas que habían empezado a brotar.
Pero no me importaba lo que estaba involuntariamente haciéndome mi cuerpo, no había nadie más para juzgar nada de lo que hiciese a continuación.

lunes, 7 de octubre de 2013

Telaraña

Las palabras son hilos de seda de telarañas, que nos atrapan entre hebra y hebra, no nos dejan volver atrás y seguir hacia delante, porque nos detienen ahí, en ese punto. Nos costará sudor y lágrimas escapar, algunos lo consiguen y otros no. Los que logramos deshacernos de ellas y vivir para contarlo, sabemos bien lo que es estar atado sin quererlo y volver para atarnos queriendo. Son peor que la droga, porque nos persiguen, están en todas partes, es imposible no toparse con al menos una. Nos buscan y aparecen por sorpresa sin que te des cuenta, atrayéndote lentamente para que vuelvas a ellas sin que puedas hacer nada para huir, son tu mayor perdición. Y cuando regresas a esa trampa mortal que tan bien conoces, te das cuenta que no son los hilos de seda los que te inmovilizan sino tú mismo que no quieres salir de ahí, porque ya es tarde para ti, estás hipnotizado, cautivado, hechizado, seducido; estás perdido. Es el fin, ya nada volverá a ser lo mismo nunca más. Porque cuando te vayas de ahí no serás la misma persona, no pensarás igual, ni siquiera te parecerás físicamente, no verás el mundo de la misma manera. Porque tú tal vez no lo hayas notado, pero cuando quieras darte cuenta te habrás convertido en otra persona.

martes, 17 de septiembre de 2013

La de la foto

Me veo en las fotografías, viejas o recientes, pero sobre todo recientes, y no me reconozco.
No sé quién es esa chica, con ese pelo, esos ojos, esos labios, esa nariz, ese cuerpo y esa cara.
No la reconozco, no me reconozco.

¿Quién es esa cuyo pasado ha dejado más huella que su presente? 
¿Y esa que se sentía triste por dentro y andaba siempre sonriendo? 
¿Quién será la que creía que la vida no tenía sentido porque solo vivía en el sufrimiento?
¿Dónde están aquellas lágrimas en la almohada cada noche?
¿Qué habrá sido de la chica insignificante sin importancia ni lugar en el mundo?
¿Dónde habrá ido a parar esa que no confiaba en nadie por miedo a que le hiciesen daño?

Ella ya no está, se ha ido, para siempre. En su lugar está su sustituta permanente.
Cuyo presente está por delante de cualquier hecho pasado.
Que siempre sonríe, por dentro y por fuera, al mundo entero.
Que sigue sin saber el sentido de la vida, pero le da un sentido a la suya.
Cuyas lágrimas ya no se dejan ver diariamente, solo cuando son de felicidad.
Ella se fue a otro lugar y volvió dada la vuelta.
Y confía en si misma y en la gente, porque siempre hay alguien que hará lo que sea por ella.

Ella ya no es la de la foto, es la chica que se come el mundo cada día reflejada en el espejo.

viernes, 13 de septiembre de 2013

Almorzando sobre el mundo

—Madre mía, necesito fumar pero ya —murmuró Matt—. ¿Tienes fuego?
—Claro amigo, toma —dijo Harry. De repente se empezó a reír—. Esta mañana mi hija me preguntó si un día podría traerla al trabajo.
Matt se rió también mientras aspiraba con placer el cigarro.
—Niñas... Pero no la culpo, a mí el pequeño también me dijo algo parecido el otro día. ¡Como si nos estuviésemos aquí sentados el día entero!

Al lado de Harry, Ed y Regan conversaban después haberse comido su bocadillo.
—Pues sí, al final vino mi cuñada. Y en medio de la cena me dice "Oye Edward, ¿cómo es que no has doblado aún una viga de esas en las que almorzáis con ese peso que tienes?" —imitó poniendo voz de señora mayor y repipi. Sacó pecho y continuó mientras Regan se reía por lo bajo—. Y yo me quedé atónito, miré a Abigail, a Rachel, a Tommy y hasta miré al perro. Y entonces voy y le digo "¿Sabe qué? Debería venir un día a almorzar con mis compañeros a la viga, quién sabe, a lo mejor cuando se sienta no aguanta y se rompe su parte". Y entonces Abigail me puso cara de asesina, te lo juro, pensaba que me iba a tirar el cuchillo. Pero la vieja pelleja no abrió la boca en toda la noche —exclamó Ed triunfante. Ambos se carcajearon.
—Pues la señora no se inventó nada, ¿cuántos pesas? —siguió Regan aún riéndose.
—¡Oye que tampoco soy un tonel! Bien que aguanta la viga once hombretones.
—Bueno, el viejo Ronald pesa tan poco que no cuenta —continuaba Regan—. Tú vales por dos, así que ahora están bien las cuentas —Regan no paraba de reír.
—Anda calla, monigote. Trae eso —Ed señaló un papel que Regan tenía sobre las piernas—. Vamos a repasar un poco, que no parezca que estamos todo el día de cachondeo.

Al lado de Regan, Ben, Steve y Paul discutían tranquilamente.
—No, no, mirad, si hubiésemos empezado por este lado no se habría torcido.
—¡Eso no tiene nada que ver! Se habría torcido igual.
—No, porque si te das cuenta este lado estaba un poco girado. Steve tiene razón.
—Pues yo creo que estaban todos iguales, se iba a torcer de todas formas, empezásemos por donde empezásemos —informó Paul.
—Bueno, no tiene sentido seguir. Ya está arreglado, punto final.
—Oye, que lo decía para que no nos pasase otra vez. Ya visteis como se puso el Jefe...
—El Jefe no ha cogido un ladrillo en su vida —aseguró Ben.
—¡Calla, calla! Verás, como nos oiga nos tirará a los tres —dijo Steve.
—Oye, ¿y tú qué haces sin camisa? —preguntó Ben a Paul.
—Pues tenía calor de tanto cargar ladrillos, no como el Jefe....
—Bueno vamos a dejar ya el tema, no vaya a oírnos alguien que nos la tenga jurada.

Junto a Paul, Brian y Jacob escuchaban atentamente al viejo Ronald, sentado entre los dos.

—Cuando era joven, todo esto que vemos nosotros ahora no existía, es más, no podía ni siquiera imaginarse que alguna que vez se fuese a llegar a construir uno como este que nosotros hacemos. ¡Porque era casi imposible! No teníamos ni los medios ni la tecnología que tenemos ahora, y además nadie pensaba que un rascacielos fuese a hacer realmente honor a su nombre. Y ya veréis, nosotros estamos ahora más o menos a doscientos metros. Imaginaos cómo serán los edificios del futuro, de millones y millones. Y seguro que usarán otros métodos para que los obreros no tengan que hacer casi nada. ¡Ay, si pudiese vivir para verlo!
—Hombre, desde luego ha vivido muchos avances en la construcción —rió Brian.
—¿Desde cuando lleva en esto? —inquirió Jacob, el más joven de la viga. El viejo Ronald carraspeó un poco y lo pensó un momento.
—Desde los doce años empecé a ayudar a mi padre, todos los hombres de mi familia han trabajado en esto, mi hijo también lo hace y mis nietos también lo harán. Es el mejor oficio que se puede tener, chico —aseguró mirando a Jacob—. Todos estos planos que tengo en mi mano se los daré a mis nietos cuando acabemos este edificio y así verán como son de verdad.

Mientras tanto al lado de Jacob estaba Arnold, solo. Tenía en una mano su cantimplora y la otra sobre su pierna. Levantó la cabeza de la ciudad para mirar al fotógrafo que estaba allí cerca con su fiel cámara, parecía haber fotografiado la escena justo en el momento en el que Arnold había decidido mirarle. Cuando el hombre vio al obrero le gritó desde su sitio:
—¡Dígame buen hombre! ¿Qué se siente al estar ahí sentado?
—Bueno, tengo Nueva York a mis pies, atrás está el Central Park y puedo incluso ver el océano desde aquí. ¿Qué sentiría usted en mi lugar? No se puede explicar con palabras.




viernes, 6 de septiembre de 2013

Conversaciones (4)

—He soñado con el pasado.
—¿Cuál de ellos?
—Cuando había Gobierno.
—Yo lo recuerdo a veces, cuando tengo hambre sobre todo… Al menos vivíamos mejor.
—No sirve de nada vivir bien en cuanto a comida, ropa o dinero sino puedes pensar por ti mismo.
—Eso ya lo sabía. Pero es raro, nunca seremos felices entonces. De una forma faltaba dinero, de otra libertades y ahora… estamos en el limbo. Ni las libertades ni el dinero sirven ahora. Esto es un caos.

Micropoemas 2

"Hablar contigo es peor que hablar con la pared 
porque encima me respondes"

"Somos estrellas sin nombre y olvidadas
pero seguimos siendo parte del firmamento"

"El dinero no lo es todo, pero lo soluciona casi todo"

Mañana de verano, una nueva moda

Elsie y yo repiramos hondo antes de salir a la calle. Hacía calor, con lo cual nuestra vestimenta atrevida al menos no haría que se nos subiesen lo colores por la temperatura.

La reacción fue inmediata nada más poner un pie en la acera, prácticamente todos los habitantes de la ciudad giraron sus cabeza y clavaron sus ojos en nosotras.
Empezábamos a andar y ya se oían los primeros silbidos de los hombres y los comentarios de las mujeres. La gran mayoría de ellas nos criticaban, pero alguna joven parecía incluso tenernos envidia. Los hombres, tan hombres como siempre, entre silbidos y comentarios hacían giros imposibles con sus cabezas para observarnos bien y se reían entre ellos.

Elsie y yo íbamos de mano por si alguno de ellos se emocionaba demasiado, pero ambas llevábamos la cabeza alta y nuestra mejor sonrisa, como si fuésemos modelos en la pasarela y no mujeres dando un paseo.
Mientras hacíamos como si el mundo no centrase su atención en nosotras, mirábamos tiendas, comentando las nuevas tendencias que llegarían después de ese día. 

Entonces, cuando nos íbamos a dirigir a otro escaparate, se escuchó el estruendoso sonido de las ruedas derrapando en la calzada y vimos como un automóvil negro se estampaba contra una farola. Pero el conductor parecía ni haberse percatado del accidente, nos miraba con la boca abierta como si nunca hubiese visto una mujer.
Pero claro, todo Toronto nos miraba con la misma sorpresa e impacto, no era que nunca hubiesen visto dos mujeres, sino que unas mujeres nunca habían vestido pantalones cortos, y menos en público.

Cuando volvimos al estudio, casi con la calle en la puerta, corrimos al despacho de la mujer que había tenido esa idea. Cuando nos vio se levantó emocionada.
—Os he visto desde la ventana. Qué estupendas se os ve, habéis causado sensación. A esa ciudad gris le hacía falta un poco de descaro y diversión, ¿verdad? Ya veréis  dentro de unos años, cuando esté comercializado, será tan normal como el hecho de que lo lleven los hombres.
—Esperemos, porque ha sido algo incómodo —aseguró Elsie.
—Lo importante es que hemos feminizado una prenda de hombre, para que vean que no somos tan diferentes como ellos creen —dije.
—Aparte de que es divino —seguía la señora Harper.
—Yo no sé vosotras, pero algo me dice que esta pequeña variación va a cambiar grandes cosas.






jueves, 5 de septiembre de 2013

El verdadero Baltasar

—¡Corre Laura, pon el canal, que empieza ya! —alentó Alberto con impaciencia. Esta fue apretando el botón hasta parar en el canal en que se retransmitía la Cabalgata.
El pequeño se sentó el primero en el sofá mirando atentamente la pantalla. 
Pero cuando llegaron las carrozas de los Reyes Magos arqueó una ceja, se acercó un poco más y señaló una de ellas con el dedo.

martes, 3 de septiembre de 2013

Repertorio de medianoche

Comencé a respirar agitadamente y mi corazón se puso a latir a mil por hora, aproximadamente. Estaba nerviosa, no sabía entonar bien la canción, la letra ya estaba olvidada en mi cabeza, la pantalla era demasiado lejana y las pequeñas letras cambiaban demasiado rápido. Había mucha gente, por lo que cualquier fallo sería desastroso para mí; desafinar, bajar o subir el tono demasiado sería fatal. Inventarme la letra sobre la marcha también, y en caso de lapsus, aunque improvisara, podría provocar una mala reacción del público. ¿Qué hacer ahora? Ya si que no había vuelta atrás, tenía que subir a ese escenario y cantar como nunca en mi vida. Dar la mejor impresión que pudiese, y acabar con ello.
—¡Vamos, te toca! —decía Roger cada vez más nervioso.
Con el micrófono en mano me murmuré a mí misma "No hay nada que perder, nada que perder". Pero no estaba recordando el estribillo, sino recordándome a mí misma que, efectivamente, ya no había nada más en el juego. Yo ya había puesto mis cartas sobre la mesa, ya había hecho mi jugada. Ahora el destino decidiría si me tocaba ganar o perder. Pero sin duda lo perdería todo si no arriesgaba, ahora era el momento.
Con el corazón en la garganta esperé a que la música me trajera el ritmo. Y murmuré para mis adentros:
—Vamos allá.

jueves, 29 de agosto de 2013

Conversaciones (3)

—¡Hombre, que no deja sentarse a la señora cuando está el autobús vacío!
—Ya, pero oiga, que solo es una niña…
—¡Ya lo sé! ¡Ya la veo que es una niña! Es que no se les enseñan a los niños de ahora.
—Pero que lo ha hecho porque iba conmigo.
—¡Anda ya!
—Mire, usted no tiene que gritarla ni nada.
—¡Venga hombre!
—Oiga, que había asientos para personas mayores al lado, señora.
—¿¡Y qué más le da levantarse y ceder!? ¿Qué más le da estarse de pie?
—Mire, que estaba el autobús vacío…
—¡Pues por eso mismo!
—Pues ya está hombre, no hay que ponerse así con una niña.
—¡La juventud de hoy en día!

lunes, 26 de agosto de 2013

Micropoemas 1 (al estilo AJO)


"En mi mundo al revés no hay despedidas de solteras, sino de casadas
Y en mi mundo al revés no somo tú y yo, soy yo y ya si eso tú"

"Esta es la historia de mi vida,
pero empezaré por ahora 
porque ahora es cuando se supone que empieza"


"Acelero, tengo prisa por ser feliz"

"No entiendo nada
pero nada es lo que necesito"

"No es por hacerte la pelota
pero eres mi perdición favorita"

"Ganando años y perdiendo madurez"

"Un hola siempre termina en adiós
Así que o no me hables o ve al grano"

"Estamos a 19562 milímetros y aún te siento cerca,
así que que sean 20 metros"

domingo, 25 de agosto de 2013

Artistas perdidos

Cualquiera puede crearse un blog y creerse escritor.
Cualquiera puede tener Instagram y creerse fotógrafo.
Cualquiera puede hacer cortos caseros y subirlos YouTube y creerse actor.
Cualquiera puede hacer videoblogs y creerse comediante.
Cualquiera puede comentar un espectáculo en Twitter y creerse comentalista.
Cualquiera puede jugar al fútbol en un equipo escolar y creerse futbolista.
Cualquiera puede escribir una crítica objetiva sobre cualquier cosa y creerse crítico.
Cualquiera puede buscar y contrastar información para un trabajo de la universidad y creerse periodista.
Cualquiera puede encontrar basura en buen estado y creerse caza tesoros.
Cualquiera puede grabarse cantando para Internet y creerse cantante.
Cualquiera puede pintar con temperas y creerse pintor.

Hoy en día cualquiera puede hacerse pasar por artista, mientras los verdaderos artistas están en su rincón de siempre esperando a ser descubiertos. El resto están en Internet, creyendo que son los únicos sin saber que hay miles semejantes. Los únicos se creen especiales, y cuando todos son únicos, todos se vuelven iguales y cuando eso pase, solo los verdaderos artistas serán únicos en el mundo.

sábado, 24 de agosto de 2013

Juntos en esta fiesta

Risas y sonrisas
Decorado transformado en basura
Palomitas mezcladas con confeti
Chuches, pipas y helados
Cámara de fotos
Gritar
Emoción y adrenalina
Llamadas perdidas
¡Hagámoslo!
Perdidos entre la multitud
Diversión
Colas interminables, besos infinitos
Esa canción
Tú, yo y este refresco
Juntos en esta fiesta

Ojos que no ven

Nunca sabrás lo que es vivir como yo he vivido todo este tiempo.
Nunca sabrás lo que es sentirse insignificante, inútil e invisible.
Nunca sabrás lo que es levantarse sin ganas porque tengas que enfrentarme a la vida, y a ti.
Nunca sabrás lo que es llorar porque si, porque no puedas más, porque se agoten las ganas de seguir adelante.
Nunca sabrás lo que es la soledad y el desamparo absoluto.
Nunca sabrás lo que es que te miren mal, te hablen mal y traten mal cuando tú no hayas hecho nada.
Nunca sabrás lo que es no poder confiar en nadie e intentar buscar a esa persona, equivocándote siempre.
Nunca sabrás lo que es refugiarte en ti mismo porque no hay más donde meterse.
Nunca sabrás lo que es que desprecien tu dignidad diariamente.
Nunca sabrás lo que es pedir ayuda y que cuando estés apunto de conseguirla, alguien se la lleve consigo.
Nunca sabrás lo que es vagar en el limbo mientras tú me echas de tu lado antes de que llegue.
Nunca sabrás lo que es el dolor y la impotencia de la ignorancia que tú demuestras.
Y nunca, nunca sabrás lo que es vivir como yo he vivido todo este tiempo, hasta que la vida de otra vuelta de tuerca y sea yo la que no quiera ver.

sábado, 17 de agosto de 2013

Conversaciones (2)

—Buenas tardes señora. Veo que es su primera visita al veterinario. ¿Qué le pasa?
—Pues no para de vomitar todo lo que come. De hecho lleva días sin comer, hasta se le marcan los huesos por esta zona. Y encima me araña el sofá y luego me mira y me maúlla.
—Vaya por dios... ¿Cuanto hace que está en su casa?
—Hace menos de un mes. Y todo esto empezó a la semana de llegar. Al principio creía que duraría poco por los nervios de estar en una casa nueva y con gente desconocida. Pero he visto que no.
—Pues nada, a ver cómo está. ¿Cómo se llamaba?
—Julieta.
—¿Julieta?
—Si, ¿qué pasa?
—Es un macho.
—¿Cómo? Pero... pero si el chico que me la trajo me dijo que era hembra. Y nació hace un año...
—Pues mire usted, esto son los testículos. Menos mal que ya no la tiene ese chico, si llevaba un año con el gato y no sabía su sexo no me quiero imaginar cómo estaría el pobre animal...
—¿Pero qué hago yo ahora? Tengo dos hijos pequeños, y la niña que es muy sensible era tan feliz con su gatita...
—Bueno señora, no vamos a travestir a su gato. Sea suave y búsquenle un nombre acorde con su sexo. Romeo estaría bien, ¿no cree?
—No sé, lo que decida la niña supongo.
—Eso está bien. Bueno, el pequeño sin nombre tiene que hacerse una radiografía, espere aquí.

martes, 30 de julio de 2013

Oasis

Me encantaba el olor a sal, el viento en la cara, el sonido de las olas y el navegar. Mientras estuve en el barco me sentí más libre que nunca y deseé que el viaje no terminase nunca. Pero casi sin darme cuenta uno de los hombres gritó "¡Tierra la vista!" y me tuve que despedir de dormir mecida por las olas.

Aquel lugar en el que atracamos no se parecía en nada al puerto del que venía. Era un intento de puerto a mi parecer, pero no había lugares para tomarse un té, ni asientos para esperar ni policía... Sin embargo había más barcos en la costa.

Mi marido me llevó de la mano hasta nuestra caseta en el campamento, me horrorizaba ver

domingo, 21 de julio de 2013

Conversaciones (1)

—¿Has visto ya la nueva estatua?
—No.
—Pues deberías verla, todo el país habla de ella.
—¿Por qué? No es más que una gran piedra.
—¡Es mucho más que eso, Arnold! Representa la libertad.
—¿Cómo?
—Pues… no lo sé. Pero se llama “Estatua de la libertad”.
—¿Y qué se supone que es?
—Es una mujer, nada hermosa por cierto, con una corona de pinchos que levanta una antorcha y con el otro brazo sujeta un libro.
—Pues qué bazofia.
—No me hagas hablar de bazofias.
—¡Estúpida, cómo digas algo de mis partituras te tiraré la silla encima!
—No hace falta que te pongas así, me refería a la última vez que intentaste hacer un pastel y se quemó.
—Entonces olvida lo de la silla. Igualmente me sigue pareciendo una tontería.
—¿Por qué? ¿Es que no te gusta que haya una representación de la libertad o qué?
—Una piedra tallada no representa la libertad ni representa nada.
—Es algo simbólico.
—¿Por qué? ¿La estatua ha liberado a alguien inocente, ha salvado vidas, ha traído la paz a una ciudad?
—No lo sé…
—Eres tonta Marie, no es más que una piedra llamada “Libertad” para que los inocentes de los ciudadanos olvidemos todos los problemas y pensemos que esa estatua simboliza algo, cuando lo que representa es la ingenuidad y la ceguera del pueblo.

Columpios vacíos - Último capítulo

Por la noche en el dormitorio los tres nos sentamos en mi cama alrededor de la cámara. Angélica pasó las imágenes rápidamente ya que se había grabado horas y horas del jardín desierto. Solo hubo algo que se movió: una ventana que se abrió y más tarde cerró en el primer piso. Nada más. Las chicas empezaron a especular diciendo que a lo mejor la había castigado encerrándola en casa, pero ninguno se podía imaginar lo que realmente pasaba tras las paredes de la casa.

Al día siguiente dimos un paseo, pero gracias a Helena conseguí escaparme de mis padres para

viernes, 19 de julio de 2013

La luz de la vela

Esa noche la electricidad desapareció por unas horas. Me recuerdo sentada en el sofá, el aire era negro, pero yo miraba una pantalla en mis manos que no hacía nada. Sin saber cómo ni por qué, llegó a mi cabeza un recuerdo.

Yo era tan solo una niña y estaba en casa de mi abuela cuando de repente la electricidad desapareció. Ella se empezó a reír con esa risa que no cualquiera tenía y encendió una vela.
Yo me asusté al ver el fuego, sabía lo que era, lo había visto en fotografías y libros de historia pero nunca ante mis ojos. En aquellos años el fuego era ya agua pasada, nunca mejor dicho. Mi abuela notó mi sorpresa y me dijo siempre risueña:
—Cuando mi madre tenía tu edad las velas eran para decorar, las hacían de colores y con aromas para que al encenderlas funcionasen como un ambientador. Pero entonces inventaron ambientadores modernos que se enchufaban y las velas dejaron de encenderse. Luego alguien inventó unas eléctricas, pero las llamó "luceros". Ahí, me contó mi madre, desaparecieron las velas de la faz de la Tierra. Dejaron de venderse en todas partes, e incluso los luceros ya que solo fueron una moda pasajera. Pero ella guardó esta misma vela para recordarse a sí misma que no quería sustituirlo todo por algo electrónico. Ella me la dio y me dijo que no la consumiese y que solo la encendiese una vez en toda mi vida antes de dársela al siguiente. Así que, en vez de dársela a tu madre, te la doy a ti directamente. Puede que tengas la suerte de encenderla algún día y contar esta historia.

Y ahí volví a la realidad, seguía a oscuras en mi salón con el móvil en la mano. De pronto apareció mi hija, asustada porque su lámpara se había apagado y no podía dormir. Había llegado el momento de encender aquella vela que descansaba en la estantería. Cuando lo hice, ella preguntó asombrada:
—¿Funciona con pilas?
—No, esto es lo único del mundo que no necesita electricidad para funcionar.
—¿Es mágico?
Como respuesta le conté aquella historia que la dejó maravillada. Y cuando volvió la luz a nuestra casa no encendimos nada, porque a nosotras nos basta con la luz de la vela.

miércoles, 10 de julio de 2013

La llamada

—¡Ve tú!
—¡No, ve tú!
—¡No, tú!
—¡Tú! —se decían los niños mientras echaban a suertes quién debía aventurarse en la casa de la vecina para recuperar el balón.
—¡Qué vaya Alberto! Después de todo, él coló el balón —sentenció Pedro. Todos estuvieron de acuerdo.
Alberto tragó saliva y dio un paso. Todos sus amigos le aclamaron y gritaron, excepto Pedro.
—Eso no ha sido nada —dijo—. Ya te aplaudiremos cuando estés en la puerta. Y serás el héroe solo si consigues el balón. Si no, nunca podrás volver a jugar.
Alberto avanzó tembloroso, y tropezó varias veces por el camino, la mayoría a propósito.
Pronto se encontró frente la valla de la gran casa color teja. Los grandes perros negros se levantaron de felpudo nada más verle. Pero el chico no les dedicó una mirada, pues conseguir el ansiado balón era cuestión de vida o muerte.
Fátima escuchó los perros, pero esta vez estaban más nerviosos y escuchó muchos gruñidos. Se asomó a  la ventana a ver qué pasaba. Vio a Alberto y sus perros intimidándole.
Al abrir Fátima la puerta para preguntar, Alberto salió corriendo en dirección a la posición de sus amigos. Pasó de largo para ir directamente a su casa. 

Fátima se quedó quieta, sin saber si salir o no. Los perros ya estaban calmados tras estar seguros de que el intruso se había esfumado. No supo bien si había asustado al niño, y como consecuencia de lo que había pasado se asustó ella también.
—Un niño no debe asustarse de una mujer —dijo como reflexionando— ¡Pancho, Piqué callaos ya! Habéis asustado al muchacho. Los perros negros dan tan mala suerte como los gatos negros.
Entró de nuevo en la casa y le explicó a su marido lo sucedido. Este le sugirió ir a hablar con él.
—¡Una mujer no puede hablar con un niño! Deben conversar las madres… Además asusté al niño, no querrá verme la cara de nuevo.

—Alberto, solo tienes una oportunidad más. Tus días de juego pueden acabar —canturreó Pedro.
Alberto fue al mismo lugar por segunda vez. Esta vez llamó al timbre. Tanto él como Fátima se sentían inseguros.
Las leyendas de la vecina sobre que refinaba niños podía estar apunto de cumplirse. Aquello de que las mujeres que espantan niños eran brujas se demostraría en breve
—Perdón, ¿nos puede devolver el balón? Por favor —pidió Alberto. Fátima vio un balón de fútbol colado en su jardín. Se lo devolvió y este se fue. Ambos se dieron la vuelta y sonrieron ante su valentía, cada uno a su manera.

jueves, 27 de junio de 2013

Columpios vacíos - Capítulo 4

Esa noche no dije nada durante la cena, ni a la hora de dormir. De hecho no pude dormir. Me revolvía en la cama y me comía la cabeza. De vez en cuando me levantaba y miraba por la ventana, pero no llegaba a ver la casa de Vera. Luego mi iba al baño y me subía en le retrete, pero tampoco podía ver nada.
Cuando miré el reloj, eran las tres y media de la madrugada, yo seguía sin sueño.
Salí sigilosamente de la habitación

martes, 25 de junio de 2013

Caperucita Tonta

La abuela terminó el cuento de la Caperucita Roja y Alba se tapó. Cuando la abuela hizo el amago de darle un beso de buenas noches, la niña se sentó en la cama con el semblante serio.
—No lo entiendo.
La abuela, sorprendida, se acomodó en la cama y miró fijamente a su nieta.
—¿Que no lo entiendes? Lo has oído mil veces, ¿qué es lo que no entiendes? ¿La moraleja?
—No abuela, la historia no la entiendo.

Desesperación

Ava entró en la cocina y lo primero que hizo fue beber a morro de una botella de vino. Sabía que no sería capaz de hacerlo estando consciente. Dudaba mientras bebía, pero sabía que ya no podía remediarse. Cuando empezó el dolor de cabeza buscó un cuchillo y lo miró con cuidado. Lo sostuvo con las dos manos apuntando a su barriga, al soldado que podía nacer, al que la atormentaría hasta el fin de sus días, al pequeño Heinrich.
Levantó la mirada un momento y vio una loca reflejada en el cristal de la ventana. Tenía los ojos rojos y lagrimosos, la vista en blanco, estaba apunto de matar a su propio hijo, y tal vez a ella misma también. ¿Moriría? Tal vez se desangraría o el cuchillo conseguía acabar con su sufrimiento de una vez por todas. Sería tan fantástico que así fuera. La loca miró a Ava, Ava miró a la loca a los ojos, la culpabilidad ya no existía, y el miedo tampoco.
Mientras un torrente de ideas disparatadas pasaba por su cabeza, agarró el cuchillo con más fuerza por si se le resbalaba de las manos y caía al vacío que tenía bajo los pies. Empezó a resonar el himno de Alemania en su cabeza, un niño rubio lo escuchaba y luego se volvía a su madre y la mataba con sus propias manos. Y su padre Heinrich se reía y el niño Heinrich se reía con el cadáver de una mujer judía, una embustera, una mala madre.
Ava respiró y se dispuso a hacerlo, alejó un poco el cuchillo para que se clavase bien y fuese una muerte segura para el bebé. Ava ya estaba llorando y sudando pero no se echó atrás. Cuando estaba a punto de destrozarse a sí misma, alguien habló a sus espaldas.
—Hola cielo, ¿qué haces? —era una voz dulce, seductora, la voz de un asesino. Inevitablemente, en la mente turbada de Ava se dibujó el nombre de Heinrich. Quería deshacerse de él a toda costa, pero algo fallaba y no lo lograba. Sin querer soltó el cuchillo, que cayó al suelo como una bomba.
—¡Ava, qué haces! —su marido la agarró por detrás y la obligó a mirarlo.
Ella seguía con la vista en blanco, necesitaba morir y llevarse a su hijo con ella, lo pedía como el aire que no llegaba a respirar, estaba obsesionada con salir de allí y la única salida era lo que más había evitado durante toda su vida. Heinrich la meneaba pero no sabía cómo hacerla reaccionar. Ava no conseguía respirar y se desplomó. Él empezó a pedir ayuda, ella lo escuchaba e incluso sintió cómo le daban agua pero sabía que no podía hacer nada para despertar, ni quería saberlo.

lunes, 24 de junio de 2013

Libertad

Una palabra, ocho letras, diez años deseándola, toda una vida ignorándola.
Tanto tiempo queriendo cogerla que sentía que debía saborear cada momento para que no se escapase de nuevo entre mis dedos.
Y tanto tiempo sabiendo que estaba ahí, siendo consciente de que la tenía, jugándomela cada vez más.
Pero sin saber qué era, qué significaba, que podía perderla con tanta facilidad...
Cuántas noches pensando en esa palabras, cuántas mañanas imaginándome en ella.
Ahora lo sé bien, nacemos con ella pero no implica que esté siempre ahí. Puede que muramos habiéndola experimentado, o puede que no.

Columpios vacíos - Capítulo 3

Papá me había comprado unos prismáticos, así que por la tarde me fui a probarlos al balcón. Vi a Vera en el columpio, pero ella no me vio porque estaba de espaldas a mí.
—¿Qué miras?  —Helena me miraba como una profe cuando cree que están copiando en un examen.
—Eh… Nada, solo estaba probando mis prismáticos.
—¡Estás espiando a los vecinos!
—¡No! Solo miraba a Vera.
Helena se puso seria y me miró de arriba abajo.
—¿De qué la conoces si es tu primer año aquí?

Columpios vacíos - Capítulo 2

A unos metros de la casa había una rampa que llegaba a una explanada con un parque, un campo de fútbol y una cafetería. Lo curioso es que era como un enorme surco, porque toda esta zona estaba rodeada por nuestra colina otras más con casas y escalones de piedra que subían a lo más alto. Enseguida a los adultos se les ocurrió la fantástica ir a de visitar a todas las amigas de la Abuela.
—¿Nosotros no podemos quedar en el parque, porfa? —suplicó Helena.
—Vale, chicas móvil encendido por si acaso.
—¿Subimos? —les pregunté cuando se fueron los mayores. Señalé la colina más alta, que tenía escalones de piedra hasta arriba del todo.

jueves, 13 de junio de 2013

Columpios vacíos - Capítulo 1

El viaje en avión duró poco, menos de una hora. En esos cincuenta y seis minutos, Helena me estuvo hablando de la casa y del pueblo.
Me dijo que era el típico pueblo de montaña donde solo habitan ancianos con sus perros y gatos. Y que en verano todos los nietos y nietas venían a ver a sus abuelos. Y que por esos en vacaciones siempre estaban los mismos niños.
—De echo yo conocí una niña el último verano que fuimos—me citó Helena orgullosa—. Angélica también la conoce, se llama Jane. Es escocesa, pero sabe muy bien español. Mamá y papá quieren que hable con ella en inglés, pero yo no pienso hacerlo.
—Pero creo que esta vez no va a poder venir a Angélica —le dije con la esperanza de que fuera así.
—¡Pues claro que sí! ¿Quién sino iba a venir? Ya oíste que la tía Meg y el tío José venían, evidentemente, ella también.

Volver

—Tengo sed —murmuré. Sí, es cierto, tenía además mucha sed, y el hecho de estar en medio de tanta agua no potable me hacía sentir un tremendo malestar. Leiza, mi amiga y compañera, estaba acurrucada a mi lado. Ella y yo estabamos en una esquina de la balsa. Yo creo que los demás tripulantes no querían ni mirarnos.
Mi padre nos observaba de reojo con recelo. Pero no parecía querer ocultar su pesadumbre. Los demás hombres estaban en silencio. Solo se escuchaba el vaivén de la barca, las olas que nos arrastraban sin control a un lugar desconocido y un par de gaviotas que habían pasado hace un rato velozmente. No escuchar nada más me ponía nerviosa.

sábado, 8 de junio de 2013

Mediodía entre el cielo y el infierno

Lo mejor de todo era que hacía sol, parecía que el mundo entero estaba feliz, sobre todo los que mirábamos como enterraban el ataúd de David.
Mi madre me sonreía, al igual que mis tíos, mis abuelos y todos nuestros amigos, que habían acudido para deleitarse en aquel entierro.
Alberto y tío Joan cavaban y lo hacían dando golpes en el féretro bajo nuestros vítores, a lo que ellos respondían diciendo "Cada vez está más cerca del infierno". Todos nos reíamos y éramos felices, simplemente felices.

viernes, 26 de abril de 2013

10 días - Último capítulo

—Ni 15 ciclos, no ha durado 15 ciclos solares de nada —se reprochaba Mowapp.
—Son más débiles que nosotros psicológicamente —respondió Zafarinne.
—En fin, será mejor que desintegremos el cadáver y ya de paso el holograma del decorado.

Limpiaron todo y dejaron el cuerpo sin vida en la Sala de Desintegración.

Retales de verano

Vestido de flores
Olor a arena y espuma
Mar
Helados al sol
Casas blancas
Dormir a la sombra de un árbol
Sin hora
Nueva pulsera
Gafas de sol sobre el pelo
Pisar el césped descalza
¿Gato?
Coches, patines
Paseos nocturnos
Sal en el agua
Retales de verano

sábado, 20 de abril de 2013

10 días - Capítulo 2

Día 6
He buscado por todas partes señales de vida, pero nada. He estado en vela toda noche.
A las 23:59 escuché pasos de nuevo. Procedían de ese eco lejano. Conté cuatro pasos y de nuevo silencio hasta ahora, son las 02:45.

Día 7
Hoy he decido hacer una prueba algo extraña para saber si realmente hay alguien aquí.

viernes, 29 de marzo de 2013

Semáforo en rojo

Intenté llegar a tiempo al cruce, pero no pude. La luz verde pasó a amarilla y de ahí a rojo. Dejé la carrera y terminé el recorrido andando. Cuando me paré esperando a que el semáforo se pusiera en verde alguien atrajo mi atención. 
Una señora con una niña en brazos sobre un cartón. Ninguna tenía zapatos y apenas ropa de verdad, sino mantas. La mujer sostenía a la pequeña y le cantaba una nana en bajito. Me acerqué más.

Pensamientos de tela

Si había alguien cuya vida no era más que agujas y tela, esa era yo. De nuevo en mi mesa de siempre cosiendo un nuevo encargo. Coser podía convertirse en algo tremendamente aburrido si se convertía en rutina. Por ello estaba escuchando una de mis telenovelas favoritas, Francia.
En aquella casa que se caía a trozos era tarea difícil divertirse. Tal vez mi vida no sería tan aburrida si mi hijo viniera más a menudo. Envidio a mis ancianas amigas cuando tienen visita. Pero qué se le va a hacer.

miércoles, 27 de marzo de 2013

10 días - Capítulo 1

Día 1
Al menos es el primer día que me despierto y estoy sola en casa. Ni siquiera a aparecido el gato por los rincones. ¿Lo peor? Que cuando he llamado nadie ha contestado.Entonces se me ocurrió salir a la calle. Nadie. Fui entrando en todos los establecimientos de mi calle. Estaban abiertos, pero vacíos.  De hecho me aventuré a entrar en las puertas de acceso prohibido. Pero nada.
Ahora estoy en casa con todas las luces encendidas y música bajita. El móvil en la mano y las llaves en mi bolsillo. Son las nueve de la noche, hoy no dormiré.

Día 2
Me he despertado con la casa como la dejé. Pero sigue sin haber nadie ahí fuera.

domingo, 24 de marzo de 2013

La última de los Románov

Corría a duras penas, como se suele decir. La jovencita que andaba con esa dificultad me miró suplicante. Tenía la cara sangrienta, de hecho, tenía dos agujeros seguramente de balas en el estómago y en el pecho. No dudé en acercarme a ella.
—¿Qué te ha pasado?
—El fotógrafo... se cerraron las puertas... papá murió, mamá murió... y Tatiana... y María... y las joyas... —se desabrochó la chaqueta. Incrustados en su cuerpo había joyas de todo tipo: collares de oro, pulseras de plata, anillos de diamante, pendientes de rubí, gargantillas de esmeraldas.

sábado, 9 de febrero de 2013

Vino

Nuria, Martha, Elena y Natalia estaban sentadas alrededor de la mesa cuadrada, cada una desconfiaba de las otras tres. Nuria miraba de reojo a sus antiguas compañeras de instituto. Martha no las recordaba así de frías. Elena no se molestaba en volver la vista atrás porque todo eso era agua pasada. Natalia observó su reloj esperando a que terminase pronto la velada.
—¿Brindamos? —sugirió, sería una buena forma de acabar con ello.
—Con una botella bastará —dijo Nuria.

sábado, 26 de enero de 2013

Sueños

Últimamente las lágrimas llegan sin razón ni hora. Siento que no tengo un refugio que no sea mi almohada, no solo por la paciencia sino porque me lleva a otro lugar mejor. 
Cuando sueño siento que vivo y vivo queriendo soñar. Sueño despierta y sueño dormida. Mis sueños son tan reales que no quiero despertarme. 

Tal vez la vida sea un sueño y algún día me tenga que despertar, pero de momento disfrutaré de este sueño tan raro que es la vida misma. 
Pero es curioso, disfruto más cuando estoy dormida porque en ese lugar de mi inconsciente las cosas pasan porque sí, allí soy el centro y todo es de mi gusto.

Me gusta soñar porque así me siento viva, incluso en las más atroces pesadillas. No me gustan las noches en las que no sueño porque entonces me siento muerta. No quiero morir porque me aterra no ver, no oler, no tocar, no sentir nada. Quiero vivir después de muerta, dice Ana Frank, pero quiero sentir también, aunque eso no lo sabré hasta que me toque.

Pero hay una forma de experimentar esa sensación estando viva: leyendo, escribiendo.
Cada historia es un mundo nuevo, es una vida diferente. Leer es vivir dos veces, dice el dicho.

Así llenaré el vacío de la cotidianidad, así viviré las veces que quiera hasta que me toque despertar del todo.