martes, 31 de marzo de 2015

Aquí, ahora

02:13 a.m., algún sábado de marzo, luna creciente
Debería estar completamente a oscuras, sumida en noche, sin saber si tengo los ojos abiertos o cerrados en mi inconsciencia. Pero no. Dos ventanas abiertas de madrugada y aún puedo distinguir siluetas en mi habitación. Sé en que postura está el gato y estoy empezando a darme cuenta de que el montón de papeles de mi mesa crece como la luna a través del cristal. No puedo evitar descorrer la cortina y quedarme mirando la calle. Nada parece igual cuando es de noche. Los edificios se levantan tapando el poco cielo que podría llegar a ver, la acera está desierta y naranja, la carretera recibe de vez en cuando algún que otro coche que pasa como si huyese de mí, como si su conductor no quisiese que nadie le viese volver a casa a estas horas, o tal vez salir. Naranja y gris. Es una combinación que me hace sentir en acogida, me encoje por dentro. ¿Qué será estar ahí fuera ahora? ¿Ya no simplemente iluminada un poco sino totalmente rodeada de esas luces artificiales? Haría lo que ahora y miraría al océano oscuro sobre mí, buscando agujeritos que no podría ver por culpa de esos naranjas narcisistas que se elevarían más y más sin dejarme ver nada. Aunque sí, algo sí. Porque ni la bombilla más potente podría eclipsar esa luz blanca, la de ese astro que ni siquiera tiene brillo propio.  Excepto ahora. Forma una C que me acompaña, me mece desde ahí. Está a no se cuantos años luz y su radio debe de medir millones de kilómetros; y sin embargo aún puedo verla con una claridad que me asusta. Es como si... sentada en mi escritorio ahora, como si abriendo la ventana y estirando un poco el brazo, la espalda, el cuello, los dedos... como si pudiese tocarla. Pero... es una lástima cuando las ilusiones son tan bonitas y deseas tanto que sean reales que te lo acabas creyendo, y entonces es cuando te das el golpe de realidad. No, no podría llegar tan alto jamás, por muchas veces que lo soñase o por muchas estrellas que saltase hasta alcanzar la altura suficiente. No, mil millones de kilómetros nos separan a la luna y a mí. Esta noche es como si, después de estas semanas de cielo congestionado por el gris y el vaho, como si se hubiese dejado ver solo para mí.
Vuelvo a mi cama iluminada de con algo agridulce en mí. Solo puedo pensar en lo mucho que me gustaría verla un poco más cerca, solo un par de años luz más cerca.
Antes de cerrar los ojos vuelvo a mi ventana al universo. Pero la luna ya no está. Son las 02:29, sigue siendo algún sábado de marzo, y no la veo. No distingo qué es cielo y qué es nube, no sé ni si hay nubes esta noche, nunca hay nada en el cielo aparte de ese circulo, hoy una C, abriéndose paso. ¿Y si se ha movido? ¿Tan rápido rota la tierra? No quiero pensar que ha huido de mí como los coches sueltos que pasan cada cinco minutos, ellos ni se acuerdan de ella, nadie se acuerda de ella. Aquí abajo todos miran al frente, a los lados y hacia detrás pero nadie se molesta en levantar la cabeza y ver la cúpula que nos mantiene con vida. Yo sí, lo hago cada día y pocas noches. Y hoy era una de ellas en las que he recordado lo que es estar viva.

jueves, 19 de marzo de 2015

Experimento surrealista 1º

Dulce de frío


¡Es que no nos entendéis!

Nosotros nos tapamos con sábanas azules saladas cuando se cierra la caja agujereada. Nosotros nos abrazamos al algodón cuando la caja se abre y nos llena de pintura. Nosotros desteñimos los pétalos de las flores para sacar los copos de nieve que tienen, y nos los ponemos en los ojos y los labios. Nosotros escondemos los pétalos en las caracolas que hay al lado de nuestro mar. Y salimos hechos una peonza y caminamos sobre los árboles.
Pobres mortales… Vosotros solo camináis sobre tierra color sol, nosotros nos acurrucamos en él cada día. Vosotros solo sopláis al diente de león. Cuando vuestros sueños se van volando, los nuestros caen como plumas y paraguas sobre nuestro tejado de pelo verde.

Pero claro, nadie nos entiende. Porque vosotros siempre habéis querido quitarnos lo que es nuestro. Envidiáis que las flores del cerezo caigan en nuestro diciembre y que los copos de nieve caiga en nuestro marzo. Trocitos rosas de vida que ya no es vida y agua helada y sola.

Encerrarse en una copa es sano de vez en cuando. Puedes mandar. Nadie puede desobedecer por miedo a romper el cristal que me protege, el que me descosería la piel si dejase de quererme y de hacerme caso.
Tú, corta mi mariposa esférica, por favor, y pela la sangre y tírala a las raíces para que salgan más. Me suelen gustar las cosas dulces, espero que te quedes con eso. Ah y tráeme una de esas, sí esas, las alas blancas.
¿Ves? Es bonito encerrarse en una copa de vez en cuando. Eso no era cosa de nosotros, solo mía en realidad. Él prefería meterse en una cáscara de nuez y solo salía cuando yo lo hacía. Él estaba en un lugar más oscuro y pequeño que el mío, pero igual de fríos. Aunque no, mi copa es más fría porque el cristal a la sombra se vuelve hielo, en cambio la nuez permanece con el calor en su interior. Vosotros nunca os habéis encerrado en una copa o en una nuez, ¿verdad?

Cuando salimos de nuestros encierros tenemos la suerte de ver notas musicales, de saborear todos los colores, de oler la seda y el terciopelo, de escuchar con atención las manzanas y las fresas y de tocar el olor a césped recién cortado.


Vosotros no podéis porque no nos entendéis, nunca nadie lo ha hecho.