miércoles, 23 de octubre de 2013

Noche helada

Esa noche hacía más frío que de costumbre, sentía que el edredón estaba congelado y que a medida que pasaban los minutos se enfriaba todo más. Sin embargo mis lágrimas estaban templadas, siendo mi única compañía en aquella noche helada. Mi cuerpo estaba contraído y sentía que me iba a encogiendo por cada lágrima que brotase.
Entonces la puerta se entreabrió y abrí los ojos, viendo como una pequeña sombra se deslizaba por mi dormitorio hasta ponerse al lado de la cama. De un salto se subió a ella y pude ver relucir durante un segundo sus ojos brillantes. Me olió la nariz y de repente se desplomó en el hueco que había entre mi cuello y mi pecho. Al fin empecé a sentir calor a la vez que llegaba a mis oídos el dulce ronroneo. Puso una postura parecida a la que tenía yo, haciendo todo lo posible por pegarse más a mí. Su cabezita acariciaba mi barbilla y no dejaba de ronronear como si así quisiera decirme que no estaría nunca sola ni aunque quisiera estarlo.

Eva

Digamos que fue amor a primera vista, al menos por su parte. Al principio no me causó excesiva impresión, solo todos los obsequios que me daba sin razón alguna. Poco a poco empecé a sentir que algo se aceleraba y se transformaba en mi corazón.
Y entonces cuando quise darme cuenta, pasó el tiempo y pasó lo que tenía que pasar, estaba en su cama, sintiendo su aliento en mi cuello y dándome la mano haciéndome sentir la más dichosa del mundo.
Pero era raro, porque en ese tiempo en el que estábamos juntos el resto me daba igual y toda mi atención de concentraba en ese momento. Sin embargo cuando se iba a trabajar y me quedaba sola en aquella casa cerrada y pequeña me daba por algo que a él no le gustaba: me daba por pensar. Y pensaba... que eso no estaba bien, que era algo malo, que las cosas se le estaban yendo de las manos y que habría consecuencias para los dos. Y sentía que estaba atrapada en esa situación sin dar ningún paso hacia detrás o hacia delante, lo único que nos separaría sería la muerte... 
Más de una vez la desesperación por verle se adueñaba de mi, recurría a cosas horribles para salir de esa vida de desdicha y desamor, pero siempre había alguien que me salvaba y no era él. Le necesitaba, me despertaba pensando en él y me acostaba con ese mismo deseo. 
Soñaba que moría o que se iba con otra y hacía todo lo posible por saber de su paradero, pero nadie hablaba allí. 
Me trataban como a una persona insignificante y bromeaban sobre mi relación con él, pero me daba igual porque sabía que cuando volviese terminaría toda esa angustia.

Y ahora estábamos los dos recién casados, nos habíamos puesto los anillos ayer en un búnker, y ahora tocaba sellar nuestras vidas con un acto que solía acompañar el comienzo de una nueva etapa, para nosotros era la final.
Me dio nuestro último beso y después me entregó en mano el cianuro y una pistola. Él masticó la cápsula y apretó el gatillo en dirección a su cabeza. Yo solo escuché el disparo, no quería que mi última imagen fuese mi recién muerto marido con un tiro en la frente.
Me tomé la pastilla y sostuve también el gatillo, me temblaban las manos, no me sentía capaz de ello. Dejó de llegarme el oxígeno a los pulmones y la sangre que recorría mis venas empezó a hervir bajo mi piel. Todo se volvió negro...


Eva Braun, muerta el 30 de abril de 1945 bajo el apellido de su nuevo esposo: Hitler.

viernes, 18 de octubre de 2013

Besos entre páginas

Terminé de leer el libro a duras penas y, dando tumbos por la biblioteca, lo dejé en su lugar correspondiente. Quería volver a casa, de repente me sentía agobiada por el examen para el que debería haber estudiado. Mientras recorría la sala mirando al suelo me lo imaginaba a él en su casa pensando en cuán estúpida había sido mirándolo como si fuese el primer ser humano que veía, pero realmente no había podido evitarlo ni tampoco como me sentía ahora. Esos pensamientos se mezclaban con la supuesta confianza que no les estaba demostrado a mis amigas al no haberles informada de nada de lo que había empezado a sentir y de mi estado actual. Con todo ello junto aparecieron los primeros retortijones de arrepentimiento y pesadumbre.

De repente dos manos se posaron sobre mis hombros y levanté la cabeza casi entre lágrimas, cuando vi al fin su rostro. Lo que hice después fue un impulso vital, me dio igual que estuviésemos en medio de la biblioteca y a plena vista de todos: rodeé su tórax con mis brazos y fundí mis labios en los suyos mientras se me aceleraba el pulso de la emoción. Y la cosa no se quedó ahí, porque él también me estrechó entre sus brazos, que me acariciaban la espalda, devolviéndome el beso. Podíamos sentir la respiración del otro, escuchar el bombeo de nuestra sangre y yo por primera vez en mucho tiempo quería quedarme así eternamente, no quería que se fuese, no quería que me tratase como a una chica cualquiera, lo quería para mí solamente y quería que dejásemos de ser simples amigos, lo deseaba con todas mis fuerzas. Y eso era el mayor error que podía cometer.

Soledad

La nieve cubría el campo hasta el horizonte, donde la bruma la mezclaba con las nubes blanquecinas que llenaban el techo del mundo, y era en ese punto en el que parecía que se mezclaban el suelo y el cielo y se difuminaba esa línea que en realidad no existía.

Yo estaba ahí de pie contemplando la estampa mientras me llegaba una brisa helada y notaba que volvían a llover los copos de nieve.

No sabía bien cuánto llevaba en ese lugar con la mente vacía, concentrándome en pequeñas cosas en las que nunca me había parado a pensar.
El campo estaba desierto, excepto por los árboles despojados y por mí misma. Me sentía incluso fuera de lugar, no pintaba nada una persona en un prado nevado que parecía el escenario de una película de Tim Burton.

Era todo tan idílico que parecía artificial. E incluso me parecía estar languideciendo por estar ahí y me sentía afortunada por poseer semejante paisaje para mi sola. Era estúpidamente dichosa.
Respiré hondo por si acaso era un sueño, estaba segura de que no volvería nunca más a ese lugar y quería aprovecharlo bien.

Paseé un rato por aquel paraje, sintiéndome tan triste que me obligaba inventarme motivos por lo que sonreír interiormente para no romper a llorar y que mis lágrimas se congelasen. Podría hacerlo, podría estallar en el llanto, derrumbarme ahí, caer sobre la nieve y quedarme gritando durante horas, podría hablar sola en alto, decir palabrotas y delirar tranquila, después de todo no había nadie allí para juzgar mis sentimientos a flor de piel. Pero no, aún me esforzaba por aguantarme y guardarlo todo en mi cajón con el resto de recuerdos. No sabía si seguir andando para distraer mi cerebro o dejarme caer. Opté por seguir hasta que volví a reparar en el disipado horizonte.
¿Qué pasaría si andase hasta ahí? Sabía perfectamente que la Tierra es redonda y sabía que era una idea descabellada entre tantas otras. Pero sentía esa ilusión infantil en mi cuerpo de perseguir el confín de algo en lo que no había reparado hasta ahora, como si fuera posible y todo. De repente sonreí, mis pies me llevaban a ese lugar. Mis labios curvados saborearon las lágrimas que habían empezado a brotar.
Pero no me importaba lo que estaba involuntariamente haciéndome mi cuerpo, no había nadie más para juzgar nada de lo que hiciese a continuación.

lunes, 7 de octubre de 2013

Telaraña

Las palabras son hilos de seda de telarañas, que nos atrapan entre hebra y hebra, no nos dejan volver atrás y seguir hacia delante, porque nos detienen ahí, en ese punto. Nos costará sudor y lágrimas escapar, algunos lo consiguen y otros no. Los que logramos deshacernos de ellas y vivir para contarlo, sabemos bien lo que es estar atado sin quererlo y volver para atarnos queriendo. Son peor que la droga, porque nos persiguen, están en todas partes, es imposible no toparse con al menos una. Nos buscan y aparecen por sorpresa sin que te des cuenta, atrayéndote lentamente para que vuelvas a ellas sin que puedas hacer nada para huir, son tu mayor perdición. Y cuando regresas a esa trampa mortal que tan bien conoces, te das cuenta que no son los hilos de seda los que te inmovilizan sino tú mismo que no quieres salir de ahí, porque ya es tarde para ti, estás hipnotizado, cautivado, hechizado, seducido; estás perdido. Es el fin, ya nada volverá a ser lo mismo nunca más. Porque cuando te vayas de ahí no serás la misma persona, no pensarás igual, ni siquiera te parecerás físicamente, no verás el mundo de la misma manera. Porque tú tal vez no lo hayas notado, pero cuando quieras darte cuenta te habrás convertido en otra persona.