martes, 7 de octubre de 2014

Vueltas

Me faltaban dos paradas y solo quedaba yo. El ambiente era pesado y condensado dentro del autobús, en contraste al frío que hacía en la calle media hora atrás. Eran las dos y veinte de la madrugada, en casa de Ángel seguiría la fiesta hasta por la mañana.
Apoyé la cabeza en el cristal helado y cerré los ojos. Quería llorar; llorar y no bajarme del búho. Lo último que me apetecía era ver la cara de sorpresa de mis padres al llegar –y a esas horas– cuando se suponía que dormía en casa de Ángel, y no quería tener que dar explicaciones.
Me quedaría allí hasta que acabase la fiesta, cogería todos los búhos y recorrería las calles de Madrid. Vería el sol asomando entre los edificios y el cielo rosa y morado. Y cuando los búhos fuesen a sus árboles, yo desayunaría en algún bar y pasearía hasta casa.
Abrí los ojos y vi por el rabillo del ojo mi parada pasando rápido por el cristal hasta dejarla atrás. La vi como si fuese la secuencia de un fotograma a cámara lenta y después acelerado.

Tendría que quedarme en el búho dando vueltas por la ciudad dormida.

domingo, 28 de septiembre de 2014

Cierro los ojos

Y me imagino flotando en el espacio, sin traje de astronauta ni nave. Solo yo, ahíObservo mi planeta que gira conmigo y busco el punto del vengo y donde debería estar. En realidad me gustaría más ir a las zonas azules, a las zonas verdes, a las zonas amarillas o a las zonas blancas, pero estoy en la zona marrónAhí, justo ahí, aunque bueno no justo ahí. Es muy pequeño el lugar en el que debería  estar y hay otros que son tan grandes.... Tal vez si me moviese un poco caería en otro sitio mejor, el azul, verde, amarillo o blanco. O... o podría darme vuelta y dar un paseo por la Luna. O visitar Marte, que en el lugar en el que debería estar no hay casi zonas rojas. Y si... y si me la juego y paso por delante del sol. No, porque me quemaría la retina y no podría ver lo que hay después. Ya sé. Me quedaré así, a la deriva, flotaré por todo el espacio y lo veré todo, y quién sabe, tal vez en mi viaje descubra otro sitio en el que estar o tal vez el sitio en el que debería estar sea en la zona negra, la interminable, la más bonita de todas.

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sábado, 27 de septiembre de 2014

Buenas noches

Bueno te dejo ya... Espero verte mañana, la verdad me haría muy muy feliz verte mañana por la mañana. Tú ven a la hora de siempre, yo te estaré esperando donde siempre. No sé si podremos estar todo el rato juntos, pero al menos iremos viéndonos a lo largo del día, con eso me basta. Igualmente te buscaré con la mirada siempre que pueda, aunque no nos crucemos, pero tú me habrás visto mientras esté distraída y yo a ti cuando no te des cuenta. Está bien. Aprovecho para decirte que te echo de menos en verano cuando pasábamos más rato juntos y te dejabas ver más. Pero entiendo que ahora en invierno no es lo mismo, aunque si te consuela se agradece más tu presencia ahora; además nos das una alegría a todos cuando llegas que ni te lo imaginas. Bueno, ahora sí te dejo. Ya te fuiste hace unas horas en realidad, pero no puedo esperar a que sea mañana para verte desde mi ventana. Recuerda que siempre la tendré abierta, para ti. Buenas noches.

☼ ☼ 

La bestia

La bestia se paró delante mí.
Mis ojos se encontraron con los suyos,
me traspasó su mirada,
me vi reflejada en su pupila,
respiré su temor,
saboreé sus ganas de huir,
escuché el eco de su pasado,
palpé el acelerado latido de su corazón.
Y vi
que la bestia que me miraba era yo.

Yo, nosotros, y el mundo

Lo manteníamos en secreto. No lo publicaba por ahí, no lo dejaba caer, ni siquiera se lo contaba a la gente. Apenas lo conocían mis amigos íntimos y nunca apareció en ninguno de mis perfiles. Era un secreto que me gustaba y a la vez me disgustaba esconder. Veía que otros que no lo tenían se inventaban uno o hacían intentos de parecerse a nosotros (sin saberlo) y lo sacaban a relucir en cuanto podían. Pero nosotros éramos discretos. Actuábamos  en silencio sin que nadie lo viese ni se diese cuenta de nada. Eramos una unión, una simbiosis, nos necesitábamos porque éramos parte del otro. Y nadie lo sabía. Porque nosotros siempre fuimos callados, solo gritábamos  juntos para unos pocos privilegiados, que normalmente éramos nosotros mismos. Éramos mi talento y yo, el mundo era solo un lugar para pasar desapercibidos

jueves, 19 de junio de 2014

Déjame hundirme

Por favor, déjame caer hasta abajo, hasta que no vea ni un punto de luz, hasta donde no llegue el aire, hasta donde la presión me desmaye y el frío me congele.
Déjame disfrutar de la caída para que vea lo lento que caigo, lo ligero que se vuelve mi cuerpo cuando quiero que coja mayor velocidad para impactar cuanto antes.
Déjame hundirme en el agua sin que nadie me ayude a coger aire, sin que pueda ver la superficie, sin poder moverme. Deja que la sal entre en mi cuerpo y me deje ese sabor que raspe mi garganta. Déjame ver como mis extremidades se duermen y también mi consciencia.
Déjame en el fondo de lo que sea, pero déjame ahí, que cuando muera sepa que fue culpa mía por tirarme.

viernes, 16 de mayo de 2014

Nueva vida

No necesitaba ni maleta, total iba a comprarme cosas mejores cuando tuviese trabajo, además si quería deshacerme completamente del pasado lo primero era dejar las cosas materiales atrás, ¿no? Pero por mucho que me esforzaba no podía evitar esos arrebatos de coger una foto, un recuerdo o cualquier cosa que sin duda me recordaría siempre esa casa. Tenía que aguantarme, pero… Antes de coger las llaves sucumbí a mis impulsos y fui al salón, necesitaba llevarme algo, cualquier chorrada.
En la estantería solo había libros que nadie se había leído nunca y algunas figuritas de souvenir de las vacaciones. No necesitaba ninguna, eran todas feas y baratas, podría comprármelas iguales en el chino. En la mesita de cristal delante del sofá solo había dibujos “abstractos”, que puede que hasta fuesen mis dibujos con temperas del colegio, y algún jarrón pequeño sin ninguna utilidad. Los cojines del sofá estabas hechos un asco de tanto usarlos y el tapiz azul estaba roto y desgastado como si hubiese venido un gato rabioso a hacerse las uñas ahí. En suelo la alfombra, que debería ser marrón y granate, era gris de la acumulación de polvo. Nadie limpiaba nunca la alfombra.
Daba todo tanta pena que me sentía patética al haber estado viviendo ahí desde que nací. Quería irme, pero aún así necesitaba llevarme algo, no podía borrar el historial y empezar de cero tan de golpe, necesitaba algo en lo que apoyarme aunque luego fuese a desecharlo. Miré a la esquina del salón, a la mesa grande con sillas mal colocadas. Había un mantelito de esos de lana que parecen una tela de araña o un copo de nieve según como se mire. Lo cogí sin más dramas y me lo metí en el bolso. Al fin abrí la puerta y cerré con decisión, al fin me iba. Bajé por las escaleras para no correr el riesgo de quedarme encerrada en el ascensor, no sería la primera vez y no quería desperdiciar ni un minuto más. Salí a la calle y me metí en el coche.



En una recta saqué el mantelito del bolso, abrí la ventanilla y lo tiré. No necesitaba más el pasado, mi destino estaba a menos de una hora y en la radio ponían mi canción favorita.

martes, 4 de febrero de 2014

Post Óscar

29 de marzo, apenas las nueve de la mañana y ya me habían llegado todos los periódicos en los que salía, y no eran pocos.
Me acomodé en la mesita de la piscina y fui leyendo los titulares mientras me traían el desayuno. Llevaba un estilismo bastante de andar por casa, exceptuando los tacones, pero realmente poco me importaba estar a merced de una cámara después de recibir mi Óscar tras años y años de nominaciones. Ahí estaba sobre la mesa, no me había separado de él desde que lo toqué por primera vez, necesitaba de vez en cuando levantar la vista y admirarlo.
No sabía bien como me sentía. Obviamente aún me daba la sensación de tener el corazón en la garganta mientras me entregaban al fin mi premio, estaba orgullosa de haberlo logrado al fin. Pero, ahora que lo tenía... me sentía decepcionada. 
Una ráfaga de viento tiró más de la mitad de los periódicos al suelo y yo me recliné en la hamaca mirando la estatuilla. Era un hombre desproporcionado y desnudo con los brazos cruzados sosteniendo una espada sobre un rollo de película. ¿Qué tenía de bello aparte de ser de oro? No era más que una estatua muy cara, solo una estatua... Pero llevaba toda noche y la mañana con ella en la mano llevándola aquí y allí, enseñándosela a todo ser viviente que se me cruzase. Había recibido tantas llamadas que la señora de la limpieza había tenido que hacer de contestador para mantener el orden Mi cara estaba en todas partes, mi sonrisa relucía como el oro de aquel pequeño hombrecillo.
Esa estatuilla me había costado toda una vida, sudor y lágrimas, mucho trabajo y sufrimiento, se había convertido en mi única y última meta. Y me sentía más vacía que nunca.




miércoles, 29 de enero de 2014

Envidia

Las olas más pequeñas no avanzaban. Solo subían y bajaban, sin apenas moverse del sitio. Eras las típicas olas mediocres que no tenían nada especial. No eran más que una minúscula parte de la inmensidad del todo, no eran nada.
Pero de vez en cuando una fuerza mayor que la brisa levantaba el agua por encima de las demás y esa ola superior al resto podía llegar a hundir barcos, matar personas e incluso destrozar ciudades. Eran olas magníficas que imponían allá por donde pasasen, eran las que hacían del agua algo peligroso y cautivador, algo de lo que atemorizarse, de lo que tener respeto, hacían del mar un ser omnisciente capaz de hacer las mayores barbaridades.
Pero el resto seguía en el mismo punto indefinido sin ningún tipo de gracia, escondidas en ninguna parte. Quién admiraría una ola que no se levanta sin treinta centímetros, que no hace acto de presencia y ni siquiera inspira un poco de belleza al amanecer.
Esas olas no aspiraban a nada excepto a ser esa ola que no solo dejaría huella en el agua sino también en la tierra. Esas serían las que cada día acabarían con las que se encontrasen a su paso con tal que ser la ola, esas serían las que se tragarían a las personas necesarias, las que romperán y hundirán los barcos que fueran con tal de tener la envergadura de una ola para recordar. Pero todas no podían llegar a tal nivel, solo las más destructivas y fuertes podrían soportar la carga y tener la poca piedad de cumplir su cometido. 
Chocaban entre sí con violencia, ola contra ola, una lucha constante entre quién ganaba a quién, quién tendría el honor y el valor de ser la ola y de dejar esa parte olvidada del agua, de tanta agua que había, de salir del anonimato, de vivir, porque destacar era la única manera de que todo el mundo viese que esa ola había estado ahí y que nunca nadie la olvidaría como a esas otras que solo son el relleno del mar, que existe únicamente para las grandes olas.

sábado, 25 de enero de 2014

Nochebuena sin cena

Me senté en la mesa y miré a mi padre, que sonrió algo pícaro.
—Bueno… espero que esta vez no se haya quemado nada… —dijo. Mamá por supuesto le dirigió una mirada penetrante.
—Si no te gusta ahí tienes la puerta.
—¡Vale, vale, solo era una broma! —se excusó acercándose para darle un beso en la mejilla. Ella por supuesto no pudo evitar reírse.
—Supongo que mi Andrea sigue sin noviete, ¿no? —La abuela como siempre poniendo sufijos de los suyos, cómo los echaba de menos.
—Pues sigo sin noviete este año —respondí.
—Bueno hija ni te preocupes, que he conocido muchos muchachotes ahí fornidos que seguro que te gustarían —Se empezó a reír escandalosamente mientras el abuelo bufaba.
—Desde que se ha enganchado al programa ese no para de querer buscar pareja a todo el mundo.
—Bueno papá eso no tiene nada de malo —replicó mi padre mientras iba sirviendo los platos uno a uno—. Así al menos tiene algo que hacer.
Mi abuela me guiñó un ojo y al fin mi padre se sentó. Les miré a todos, uno por uno mientras empezaban a comer.
Entonces me levanté de la mesa y dije con los ojos llenos de lágrimas.
—Os echo de menos.
Mi madre fue la primera en levantarse y ponerse a mi lado.
—Y nosotros a ti mi niña, siento mucho que nos fuéramos de esa manera y tan pronto.
—Mamá, pienso vosotros cada día. Echo de menos que se te queme la comida y papá echo muchísimo de menos que siempre bromees con eso. Abuela extraño un montón que me preguntes todas las navidades si ya tengo novio y que el abuelo… bueno, que sigas siendo tan serio. Sois la mejor familia del mundo, y quiero estar con vosotros.
—Lo sé mi niña, pero nos veremos en unos años. Tú ahora tienes que vivir tu vida y, aunque no estemos juntos, nos basta con que te acuerdes de nosotros.
Cuando iba a abrazarla se desvaneció delante de mí, después papá, la abuela y por último el abuelo. Todos se fueron.



—¿Andrea, qué haces? —las doctoras entraron en el dormitorio. Andrea se movía por el cuarto como cogiendo cosas.
—Estoy recogiendo la mesa.
—Cielo la cena está servida, pero la del comedor, la que se come.
—Ha venido mi familia a visitarme, pero se han tenido que ir muy rápido.
—¿De veras? Bueno ya volverán otro día.
—Sí, volverán. Íbamos a comer pollo, pero mi madre lo ha vuelto a quemar. Y la abuela me ha preguntado si tenía novio, le he tenido que decir que no. Me daba vergüenza.
—¿Tienes novio, Andrea?

—Sí, está aquí. Le he invitado a cenar. La Nochebuena hay que pasarla con los seres queridos. Vamos —hizo un gesto y salió por la puerta seguida de las enfermeras. Las tres recorrieron el largo pasillo hasta el comedor del psiquiátrico.