—¡Ve tú!
—¡No, ve tú!
—¡No, tú!
—¡Tú! —se decían los niños mientras echaban a suertes quién debía aventurarse en la casa de la vecina para recuperar el balón.
—¡Qué vaya Alberto! Después de todo, él coló el balón —sentenció Pedro. Todos estuvieron de acuerdo.
Alberto tragó saliva y dio un paso. Todos sus amigos le aclamaron y gritaron, excepto Pedro.
—Eso no ha sido nada —dijo—. Ya te aplaudiremos cuando estés en la puerta. Y serás el héroe solo si consigues el balón. Si no, nunca podrás volver a jugar.
Alberto avanzó tembloroso, y tropezó varias veces por el camino, la mayoría a propósito.
Pronto se encontró frente la valla de la gran casa color teja. Los grandes perros negros se levantaron de felpudo nada más verle. Pero el chico no les dedicó una mirada, pues conseguir el ansiado balón era cuestión de vida o muerte.
Fátima escuchó los perros, pero esta vez estaban más nerviosos y escuchó muchos gruñidos. Se asomó a la ventana a ver qué pasaba. Vio a Alberto y sus perros intimidándole.
Al abrir Fátima la puerta para preguntar, Alberto salió corriendo en dirección a la posición de sus amigos. Pasó de largo para ir directamente a su casa.
Fátima se quedó quieta, sin saber si salir o no. Los perros ya estaban calmados tras estar seguros de que el intruso se había esfumado. No supo bien si había asustado al niño, y como consecuencia de lo que había pasado se asustó ella también.
—Un niño no debe asustarse de una mujer —dijo como reflexionando— ¡Pancho, Piqué callaos ya! Habéis asustado al muchacho. Los perros negros dan tan mala suerte como los gatos negros.
Entró de nuevo en la casa y le explicó a su marido lo sucedido. Este le sugirió ir a hablar con él.
—¡Una mujer no puede hablar con un niño! Deben conversar las madres… Además asusté al niño, no querrá verme la cara de nuevo.
—Alberto, solo tienes una oportunidad más. Tus días de juego pueden acabar —canturreó Pedro.
Alberto fue al mismo lugar por segunda vez. Esta vez llamó al timbre. Tanto él como Fátima se sentían inseguros.
Las leyendas de la vecina sobre que refinaba niños podía estar apunto de cumplirse. Aquello de que las mujeres que espantan niños eran brujas se demostraría en breve
—Perdón, ¿nos puede devolver el balón? Por favor —pidió Alberto. Fátima vio un balón de fútbol colado en su jardín. Se lo devolvió y este se fue. Ambos se dieron la vuelta y sonrieron ante su valentía, cada uno a su manera.