martes, 30 de julio de 2013

Oasis

Me encantaba el olor a sal, el viento en la cara, el sonido de las olas y el navegar. Mientras estuve en el barco me sentí más libre que nunca y deseé que el viaje no terminase nunca. Pero casi sin darme cuenta uno de los hombres gritó "¡Tierra la vista!" y me tuve que despedir de dormir mecida por las olas.

Aquel lugar en el que atracamos no se parecía en nada al puerto del que venía. Era un intento de puerto a mi parecer, pero no había lugares para tomarse un té, ni asientos para esperar ni policía... Sin embargo había más barcos en la costa.

Mi marido me llevó de la mano hasta nuestra caseta en el campamento, me horrorizaba ver

domingo, 21 de julio de 2013

Conversaciones (1)

—¿Has visto ya la nueva estatua?
—No.
—Pues deberías verla, todo el país habla de ella.
—¿Por qué? No es más que una gran piedra.
—¡Es mucho más que eso, Arnold! Representa la libertad.
—¿Cómo?
—Pues… no lo sé. Pero se llama “Estatua de la libertad”.
—¿Y qué se supone que es?
—Es una mujer, nada hermosa por cierto, con una corona de pinchos que levanta una antorcha y con el otro brazo sujeta un libro.
—Pues qué bazofia.
—No me hagas hablar de bazofias.
—¡Estúpida, cómo digas algo de mis partituras te tiraré la silla encima!
—No hace falta que te pongas así, me refería a la última vez que intentaste hacer un pastel y se quemó.
—Entonces olvida lo de la silla. Igualmente me sigue pareciendo una tontería.
—¿Por qué? ¿Es que no te gusta que haya una representación de la libertad o qué?
—Una piedra tallada no representa la libertad ni representa nada.
—Es algo simbólico.
—¿Por qué? ¿La estatua ha liberado a alguien inocente, ha salvado vidas, ha traído la paz a una ciudad?
—No lo sé…
—Eres tonta Marie, no es más que una piedra llamada “Libertad” para que los inocentes de los ciudadanos olvidemos todos los problemas y pensemos que esa estatua simboliza algo, cuando lo que representa es la ingenuidad y la ceguera del pueblo.

Columpios vacíos - Último capítulo

Por la noche en el dormitorio los tres nos sentamos en mi cama alrededor de la cámara. Angélica pasó las imágenes rápidamente ya que se había grabado horas y horas del jardín desierto. Solo hubo algo que se movió: una ventana que se abrió y más tarde cerró en el primer piso. Nada más. Las chicas empezaron a especular diciendo que a lo mejor la había castigado encerrándola en casa, pero ninguno se podía imaginar lo que realmente pasaba tras las paredes de la casa.

Al día siguiente dimos un paseo, pero gracias a Helena conseguí escaparme de mis padres para

viernes, 19 de julio de 2013

La luz de la vela

Esa noche la electricidad desapareció por unas horas. Me recuerdo sentada en el sofá, el aire era negro, pero yo miraba una pantalla en mis manos que no hacía nada. Sin saber cómo ni por qué, llegó a mi cabeza un recuerdo.

Yo era tan solo una niña y estaba en casa de mi abuela cuando de repente la electricidad desapareció. Ella se empezó a reír con esa risa que no cualquiera tenía y encendió una vela.
Yo me asusté al ver el fuego, sabía lo que era, lo había visto en fotografías y libros de historia pero nunca ante mis ojos. En aquellos años el fuego era ya agua pasada, nunca mejor dicho. Mi abuela notó mi sorpresa y me dijo siempre risueña:
—Cuando mi madre tenía tu edad las velas eran para decorar, las hacían de colores y con aromas para que al encenderlas funcionasen como un ambientador. Pero entonces inventaron ambientadores modernos que se enchufaban y las velas dejaron de encenderse. Luego alguien inventó unas eléctricas, pero las llamó "luceros". Ahí, me contó mi madre, desaparecieron las velas de la faz de la Tierra. Dejaron de venderse en todas partes, e incluso los luceros ya que solo fueron una moda pasajera. Pero ella guardó esta misma vela para recordarse a sí misma que no quería sustituirlo todo por algo electrónico. Ella me la dio y me dijo que no la consumiese y que solo la encendiese una vez en toda mi vida antes de dársela al siguiente. Así que, en vez de dársela a tu madre, te la doy a ti directamente. Puede que tengas la suerte de encenderla algún día y contar esta historia.

Y ahí volví a la realidad, seguía a oscuras en mi salón con el móvil en la mano. De pronto apareció mi hija, asustada porque su lámpara se había apagado y no podía dormir. Había llegado el momento de encender aquella vela que descansaba en la estantería. Cuando lo hice, ella preguntó asombrada:
—¿Funciona con pilas?
—No, esto es lo único del mundo que no necesita electricidad para funcionar.
—¿Es mágico?
Como respuesta le conté aquella historia que la dejó maravillada. Y cuando volvió la luz a nuestra casa no encendimos nada, porque a nosotras nos basta con la luz de la vela.

miércoles, 10 de julio de 2013

La llamada

—¡Ve tú!
—¡No, ve tú!
—¡No, tú!
—¡Tú! —se decían los niños mientras echaban a suertes quién debía aventurarse en la casa de la vecina para recuperar el balón.
—¡Qué vaya Alberto! Después de todo, él coló el balón —sentenció Pedro. Todos estuvieron de acuerdo.
Alberto tragó saliva y dio un paso. Todos sus amigos le aclamaron y gritaron, excepto Pedro.
—Eso no ha sido nada —dijo—. Ya te aplaudiremos cuando estés en la puerta. Y serás el héroe solo si consigues el balón. Si no, nunca podrás volver a jugar.
Alberto avanzó tembloroso, y tropezó varias veces por el camino, la mayoría a propósito.
Pronto se encontró frente la valla de la gran casa color teja. Los grandes perros negros se levantaron de felpudo nada más verle. Pero el chico no les dedicó una mirada, pues conseguir el ansiado balón era cuestión de vida o muerte.
Fátima escuchó los perros, pero esta vez estaban más nerviosos y escuchó muchos gruñidos. Se asomó a  la ventana a ver qué pasaba. Vio a Alberto y sus perros intimidándole.
Al abrir Fátima la puerta para preguntar, Alberto salió corriendo en dirección a la posición de sus amigos. Pasó de largo para ir directamente a su casa. 

Fátima se quedó quieta, sin saber si salir o no. Los perros ya estaban calmados tras estar seguros de que el intruso se había esfumado. No supo bien si había asustado al niño, y como consecuencia de lo que había pasado se asustó ella también.
—Un niño no debe asustarse de una mujer —dijo como reflexionando— ¡Pancho, Piqué callaos ya! Habéis asustado al muchacho. Los perros negros dan tan mala suerte como los gatos negros.
Entró de nuevo en la casa y le explicó a su marido lo sucedido. Este le sugirió ir a hablar con él.
—¡Una mujer no puede hablar con un niño! Deben conversar las madres… Además asusté al niño, no querrá verme la cara de nuevo.

—Alberto, solo tienes una oportunidad más. Tus días de juego pueden acabar —canturreó Pedro.
Alberto fue al mismo lugar por segunda vez. Esta vez llamó al timbre. Tanto él como Fátima se sentían inseguros.
Las leyendas de la vecina sobre que refinaba niños podía estar apunto de cumplirse. Aquello de que las mujeres que espantan niños eran brujas se demostraría en breve
—Perdón, ¿nos puede devolver el balón? Por favor —pidió Alberto. Fátima vio un balón de fútbol colado en su jardín. Se lo devolvió y este se fue. Ambos se dieron la vuelta y sonrieron ante su valentía, cada uno a su manera.