lunes, 12 de septiembre de 2016

Cenizas

Hala abrió los ojos y vio el cielo negro, sin embargo era de día. Giró la cabeza para mirar su casa y se encontró con el mismo humo negro que ascendía hacia el cielo. El monstruo intangible que se había comido todo lo que a Hala le gustaba en el mundo se acercaba a ella velozmente. Se quiso levantar demasiado rápido con la mala suerte de que tropezó con  una pierna de otra persona y cayó a su lado. Cuando vio que se trataba solo de la mitad inferior de un ser humano y gritó y se volvió a levantar. Corrió entre los escombros hasta llegar a una pared que había pertenecido a una cafetería hacía unas horas. Hala se apoyó en la pared y trató de entender cómo había pasado de estar leyendo un cuento en el sofá mientras mamá cosía a su lado hasta esa situación. Papá llevaba muchísimo tiempo de viaje y Hala se había acostumbrado a la vida solo con su madre. Pero no, su madre no estaba allí, en su lugar había gente desconocida corriendo y gritando de un lado a otro tropezándose con piernas al igual que ella y llenando sus zapatos de polvo y trozos de casa, dejando huellas de sangre a su paso.
De repente Hala vio entre aquel caos una mujer que no corría ni gritaba, estaba limpia con un vestido blanco con mucho vuelo. De hecho tenía tanto vuelo que ella misma parecía volar con él, ¿o estaba bailando? Hala se puso de pie para verla mejor. Era una bailarina que cruzaba los edificios derruidos de puntillas como si no quisiera tocar el lugar donde había ocurrido la tragedia. La bailarina miró a Hala desde la lejanía y con la mano la invitó a acercarse a ella. Hala sonrió y caminó deprisa hacia ella, pero ella no quiso esperar y siguió bailando, alejándose de allí. Hala aceleró, temía que la perdiera entre la humareda negra que inundaba el aire. Mientras corría persiguiendo a la bailarina vestida de blanco se dio cuenta de que no la alcanzaría a menos que siguiera su ritmo. Hala dejó de correr y bailó, bailó como si no hubiese habido explosión y cómo si no le doliese el pecho. Bailó como si mamá le estuviese llamando para comer Mensaf, su plato favorito. Bailó como si ella fuese la bailarina que buscaba y que ahora se movía más despacio. Hala estaba lejos de su casa pero no podía saber con exactitud dónde. Ahí quedaban edificios en pie aunque el suelo seguía cubierto de escombros. La bailarina se paró de repente y Hala al fin llegó a su lado dando una vuelta para terminar la coreografía. La bailarina se dio la vuelta y se miraron durante un segundo que fue interrumpido por la llegada de una ruidosa camioneta que parecía ser muy vieja. Un hombre vestido completamente se bajó de ella, incluso el turbante que le tapaba la cara lo era. Hala miró a la bailarina que parecía asustada. El hombre se quitó el turbante y dejó visible su rostro, tenia cara de enfado. Miró directamente a Hala y le dijo alto y claro: "Alá es grande". Hala asintió. El hombre lo repitió gritando: "¡Alá es grande, Alá es grande!" mientras se metía la mano en la chaqueta. Hala miró de nuevo a la bailarina, le miraba con lástima y le tendió la mano. Cuando los dedos de Hala iban a tocar los suyos, los dedos del hombre pulsaron un botón.
Hala dejó de existir, la bailarina también, el hombre vestido de negro hizo que el pueblo entero dejara de existir y se convirtiera en polvo negro. El viento levantó las cenizas de Hala, que se habían mezclado con las de la ciudad, y volaron como bailando, como si las levantara la falda blanca de la bailarina.

domingo, 11 de septiembre de 2016

Carta al mundo

"Eres buena" dice mi madre después de llorar porque me ha gritado. Lo sé mamá, pero a veces siento que nunca soy lo suficientemente buena para ti.
"Eres buena" me susurra mi padre mientras estamos abrazados. Puede ser, pero me cuesta mucho, muchísimo. Quiero ser buena para ti papá, pero es algo que a veces no está en mi mano.
"Eres buena" mi hermana pequeña me lo dice sonriente. Sé que eres la única persona del mundo que me admira y lo cree de verdad, pero cuando tengas mi edad entenderás que no es cuestión de ser buena o mala. Simplemente soy yo y tú serás tú, y probablemente tú seas realmente buena.
"Eres buena" me dicen mis amigas guiadas por sus sentimientos. Es bonito y a la vez es triste que pongáis por encima la parte de mi que vale la pena en vez de que me destroza y a todos los que estáis a mi alrededor. Sabéis que nuestra amistad es verdadera y es pura y es lo mejor que me ha pasado en mucho tiempo. Pero no chicas, no soy buena, solo me queréis aún con mis defectos.
"Eres buena" comenta el psicólogo mirando sus notas desde su cómodo sofá de vida apacible sin problemas. No es muy objetivo describiendo mis problemas pero le agradezco que al menos me haya escuchado llorar y gritar estos últimos meses, aunque soy consciente de que cuando yo sigo dándole vueltas a mis problemas al acabar la sesión usted se toma un café con su mujer y hablan de política y películas de comedia. No importa, lo entiendo.
"Eres buena" asegura mi enfermera, y creo que lo dice sinceramente aunque apenas nos conozcamos. Gracias, gracias por cuidar de mi salud estos meses. Contigo es diferente que con el psicólogo porque tú de verdad te implicas con sus pacientes, al menos lo has hecho conmigo a cambio de cuatro duros. Eres de esas personas que marcan a otros solo por cómo hablas y cómo actúas con los demás. No sabría cómo explicarlo, pero tienes ese aura que me hacía estar tranquila cuando entrabas aunque fuera para inyectarme morfina. Entonces son dos veces gracias: la primera por cuidar de mi salud como enfermera y la segunda por cuidar de mi como persona y como mujer.
"Eres buena" se supone que dice Dios, aunque nunca lo haya escuchado de su propio ser. Supongo que existes, sino no tendrías tantos seguidores, pero a mi personalmente me cuesta creer en ti con todas las tragedias que hay en el mundo. En fin, quién sabe, a lo mejor después de esto descubro al fin la verdad aunque no pueda contarla. No tengo nada que agradecerte, solo tengo reproches hacia ti. No es personal, necesito culpar a alguien que no exista en mi círculo personal para no poner a nadie triste. Sé que todo esto es culpa mía y nada más que mía y eso me demuestra que no existes, porque de alguna manera u otra lo habrías evitado.
"Eres buena" me digo a mi misma. Bueno, tanto como buena no sé, pero creo que no he sido tan mala. A quién quiero engañar, he hecho daño a mi familia y a mis amigas y no se lo merecían. El daño que ha salido de mi estaba dirigido a mi en realidad pero habéis estado demasiado cerca y se ha desviado sin querer. Si fuera astrónoma la razón sería la gravedad de cada uno. Pero no lo soy y ya nunca lo seré. Hemos pasado unos buenos años y unos últimos meses terribles, ahora me toca decirte adiós querida yo. Es raro despedirse de una misma pero así es, quiero que desaparezcas de la faz de la tierra, quiero que echen tus cenizas al mar y que todos olviden que has estado ahí. Quiero que tu ser se mezcle con la sal y así al fin aportes algo a este mundo aunque no sea significativo para nadie, ni siquiera para mi.

sábado, 10 de septiembre de 2016

Rota

Rota en ciento veintitrés trozos esparcidos por el suelo. Rota, triste y feliz a la vez. Rota sin consecuencias, sin causa pero con efecto. Rota antes de romper contra el abismo, contra el mar, contra la tierra y el cielo. Ciento veintitrés palabras desordenadas demasiado cerca para que tengan un sentido. Ciento veintitrés trozos de alguien, ciento veintitrés trozos en la nada, ciento veintitrés algos y muchos espacios en blanco. Trozos que cortan momentos, pedazos de vidas aleatorias que nunca sucedieron. Pudieron existir en esta vida pero cayeron desde muy alto, desde el espacio, y se los tragó la gravedad. Volaron muy rápido y se estrellaron muy despacio. Y aún así, aún con todo, está rota y tiene remedio. Un trozo puede encontrar al que algún día tuvo a su lado, éste al que sujetaba y éste al que se abrazaba. Ciento veintitrés un día fueron uno, una sin estar rota. Ya es tarde para recomponerse pero no para recogerse. Rota y real. Rota y jamás tan viva.