Hoy es una de esas noches en las que el sueño no llega como lo esperabas, te pasas horas y horas y horas dando vueltas en la cama, buscando una posición que nunca es lo suficientemente cómoda.
Intentas dormirte refugiándote en pensamientos agradables que acaben en dulces sueños pero que, sin querer, desembocan en pensamientos tensos, recuerdos que creías olvidados pero te atormentan durante horas. Y entonces empiezas a tener calor, un calor inexplicable, y te destapas por completo experimentando un delicioso alivio. Pero espera, porque en un rato te asaltará un frío terrible, que te obligará a buscar de nuevo el edredón que has empujado hasta los pies de la cama y con el que te taparás hasta la barbilla, experimentando de nuevo ese placer.
Tus ojos pesarán de vez en cuando, se acostumbrarán a la oscuridad, haciéndote sentir más seguro de los pensamientos malos que te han acompañado hace unas horas. Pero todo este tiempo has conseguido tener la mente casi en blanco, has vuelto a intentar pensar en cosas bonitas pero te has ido por las ramas hasta no pensar en nada, pero aún no hay sueño.
Y pensarás qué rápido han pasado estas horas moviéndote de un lado a otro de la cama, dando vueltas a tus imaginaciones, con lo lento que pasa el tiempo cuando es de día... Es como si la noche hiciese las horas más cortas y todo se volviese del revés y los minutos que parecían una hora del día se volviesen las horas que parecían minutos al caer la noche. La noche... ¿Quién estaría aún en la calle a estas horas? Con lo bien que se está en la cama, aunque siga sin sueño, se está tan tranquilo aquí...
Al fin encuentras una postura en la que no quieres moverte, al fin tus párpados vencen, al fin tus pensamientos y la lógica, perfectamente ordenados, se empiezan a mezclar sin sentido, al fin abandonas este mundo y te sumerges en la inconsciencia, como quien muere mientras está dormido.