Rota en ciento veintitrés trozos esparcidos por el suelo. Rota, triste y feliz a la vez. Rota sin consecuencias, sin causa pero con efecto. Rota antes de romper contra el abismo, contra el mar, contra la tierra y el cielo. Ciento veintitrés palabras desordenadas demasiado cerca para que tengan un sentido. Ciento veintitrés trozos de alguien, ciento veintitrés trozos en la nada, ciento veintitrés algos y muchos espacios en blanco. Trozos que cortan momentos, pedazos de vidas aleatorias que nunca sucedieron. Pudieron existir en esta vida pero cayeron desde muy alto, desde el espacio, y se los tragó la gravedad. Volaron muy rápido y se estrellaron muy despacio. Y aún así, aún con todo, está rota y tiene remedio. Un trozo puede encontrar al que algún día tuvo a su lado, éste al que sujetaba y éste al que se abrazaba. Ciento veintitrés un día fueron uno, una sin estar rota. Ya es tarde para recomponerse pero no para recogerse. Rota y real. Rota y jamás tan viva.
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