martes, 17 de septiembre de 2013

La de la foto

Me veo en las fotografías, viejas o recientes, pero sobre todo recientes, y no me reconozco.
No sé quién es esa chica, con ese pelo, esos ojos, esos labios, esa nariz, ese cuerpo y esa cara.
No la reconozco, no me reconozco.

¿Quién es esa cuyo pasado ha dejado más huella que su presente? 
¿Y esa que se sentía triste por dentro y andaba siempre sonriendo? 
¿Quién será la que creía que la vida no tenía sentido porque solo vivía en el sufrimiento?
¿Dónde están aquellas lágrimas en la almohada cada noche?
¿Qué habrá sido de la chica insignificante sin importancia ni lugar en el mundo?
¿Dónde habrá ido a parar esa que no confiaba en nadie por miedo a que le hiciesen daño?

Ella ya no está, se ha ido, para siempre. En su lugar está su sustituta permanente.
Cuyo presente está por delante de cualquier hecho pasado.
Que siempre sonríe, por dentro y por fuera, al mundo entero.
Que sigue sin saber el sentido de la vida, pero le da un sentido a la suya.
Cuyas lágrimas ya no se dejan ver diariamente, solo cuando son de felicidad.
Ella se fue a otro lugar y volvió dada la vuelta.
Y confía en si misma y en la gente, porque siempre hay alguien que hará lo que sea por ella.

Ella ya no es la de la foto, es la chica que se come el mundo cada día reflejada en el espejo.

viernes, 13 de septiembre de 2013

Almorzando sobre el mundo

—Madre mía, necesito fumar pero ya —murmuró Matt—. ¿Tienes fuego?
—Claro amigo, toma —dijo Harry. De repente se empezó a reír—. Esta mañana mi hija me preguntó si un día podría traerla al trabajo.
Matt se rió también mientras aspiraba con placer el cigarro.
—Niñas... Pero no la culpo, a mí el pequeño también me dijo algo parecido el otro día. ¡Como si nos estuviésemos aquí sentados el día entero!

Al lado de Harry, Ed y Regan conversaban después haberse comido su bocadillo.
—Pues sí, al final vino mi cuñada. Y en medio de la cena me dice "Oye Edward, ¿cómo es que no has doblado aún una viga de esas en las que almorzáis con ese peso que tienes?" —imitó poniendo voz de señora mayor y repipi. Sacó pecho y continuó mientras Regan se reía por lo bajo—. Y yo me quedé atónito, miré a Abigail, a Rachel, a Tommy y hasta miré al perro. Y entonces voy y le digo "¿Sabe qué? Debería venir un día a almorzar con mis compañeros a la viga, quién sabe, a lo mejor cuando se sienta no aguanta y se rompe su parte". Y entonces Abigail me puso cara de asesina, te lo juro, pensaba que me iba a tirar el cuchillo. Pero la vieja pelleja no abrió la boca en toda la noche —exclamó Ed triunfante. Ambos se carcajearon.
—Pues la señora no se inventó nada, ¿cuántos pesas? —siguió Regan aún riéndose.
—¡Oye que tampoco soy un tonel! Bien que aguanta la viga once hombretones.
—Bueno, el viejo Ronald pesa tan poco que no cuenta —continuaba Regan—. Tú vales por dos, así que ahora están bien las cuentas —Regan no paraba de reír.
—Anda calla, monigote. Trae eso —Ed señaló un papel que Regan tenía sobre las piernas—. Vamos a repasar un poco, que no parezca que estamos todo el día de cachondeo.

Al lado de Regan, Ben, Steve y Paul discutían tranquilamente.
—No, no, mirad, si hubiésemos empezado por este lado no se habría torcido.
—¡Eso no tiene nada que ver! Se habría torcido igual.
—No, porque si te das cuenta este lado estaba un poco girado. Steve tiene razón.
—Pues yo creo que estaban todos iguales, se iba a torcer de todas formas, empezásemos por donde empezásemos —informó Paul.
—Bueno, no tiene sentido seguir. Ya está arreglado, punto final.
—Oye, que lo decía para que no nos pasase otra vez. Ya visteis como se puso el Jefe...
—El Jefe no ha cogido un ladrillo en su vida —aseguró Ben.
—¡Calla, calla! Verás, como nos oiga nos tirará a los tres —dijo Steve.
—Oye, ¿y tú qué haces sin camisa? —preguntó Ben a Paul.
—Pues tenía calor de tanto cargar ladrillos, no como el Jefe....
—Bueno vamos a dejar ya el tema, no vaya a oírnos alguien que nos la tenga jurada.

Junto a Paul, Brian y Jacob escuchaban atentamente al viejo Ronald, sentado entre los dos.

—Cuando era joven, todo esto que vemos nosotros ahora no existía, es más, no podía ni siquiera imaginarse que alguna que vez se fuese a llegar a construir uno como este que nosotros hacemos. ¡Porque era casi imposible! No teníamos ni los medios ni la tecnología que tenemos ahora, y además nadie pensaba que un rascacielos fuese a hacer realmente honor a su nombre. Y ya veréis, nosotros estamos ahora más o menos a doscientos metros. Imaginaos cómo serán los edificios del futuro, de millones y millones. Y seguro que usarán otros métodos para que los obreros no tengan que hacer casi nada. ¡Ay, si pudiese vivir para verlo!
—Hombre, desde luego ha vivido muchos avances en la construcción —rió Brian.
—¿Desde cuando lleva en esto? —inquirió Jacob, el más joven de la viga. El viejo Ronald carraspeó un poco y lo pensó un momento.
—Desde los doce años empecé a ayudar a mi padre, todos los hombres de mi familia han trabajado en esto, mi hijo también lo hace y mis nietos también lo harán. Es el mejor oficio que se puede tener, chico —aseguró mirando a Jacob—. Todos estos planos que tengo en mi mano se los daré a mis nietos cuando acabemos este edificio y así verán como son de verdad.

Mientras tanto al lado de Jacob estaba Arnold, solo. Tenía en una mano su cantimplora y la otra sobre su pierna. Levantó la cabeza de la ciudad para mirar al fotógrafo que estaba allí cerca con su fiel cámara, parecía haber fotografiado la escena justo en el momento en el que Arnold había decidido mirarle. Cuando el hombre vio al obrero le gritó desde su sitio:
—¡Dígame buen hombre! ¿Qué se siente al estar ahí sentado?
—Bueno, tengo Nueva York a mis pies, atrás está el Central Park y puedo incluso ver el océano desde aquí. ¿Qué sentiría usted en mi lugar? No se puede explicar con palabras.




viernes, 6 de septiembre de 2013

Conversaciones (4)

—He soñado con el pasado.
—¿Cuál de ellos?
—Cuando había Gobierno.
—Yo lo recuerdo a veces, cuando tengo hambre sobre todo… Al menos vivíamos mejor.
—No sirve de nada vivir bien en cuanto a comida, ropa o dinero sino puedes pensar por ti mismo.
—Eso ya lo sabía. Pero es raro, nunca seremos felices entonces. De una forma faltaba dinero, de otra libertades y ahora… estamos en el limbo. Ni las libertades ni el dinero sirven ahora. Esto es un caos.

Micropoemas 2

"Hablar contigo es peor que hablar con la pared 
porque encima me respondes"

"Somos estrellas sin nombre y olvidadas
pero seguimos siendo parte del firmamento"

"El dinero no lo es todo, pero lo soluciona casi todo"

Mañana de verano, una nueva moda

Elsie y yo repiramos hondo antes de salir a la calle. Hacía calor, con lo cual nuestra vestimenta atrevida al menos no haría que se nos subiesen lo colores por la temperatura.

La reacción fue inmediata nada más poner un pie en la acera, prácticamente todos los habitantes de la ciudad giraron sus cabeza y clavaron sus ojos en nosotras.
Empezábamos a andar y ya se oían los primeros silbidos de los hombres y los comentarios de las mujeres. La gran mayoría de ellas nos criticaban, pero alguna joven parecía incluso tenernos envidia. Los hombres, tan hombres como siempre, entre silbidos y comentarios hacían giros imposibles con sus cabezas para observarnos bien y se reían entre ellos.

Elsie y yo íbamos de mano por si alguno de ellos se emocionaba demasiado, pero ambas llevábamos la cabeza alta y nuestra mejor sonrisa, como si fuésemos modelos en la pasarela y no mujeres dando un paseo.
Mientras hacíamos como si el mundo no centrase su atención en nosotras, mirábamos tiendas, comentando las nuevas tendencias que llegarían después de ese día. 

Entonces, cuando nos íbamos a dirigir a otro escaparate, se escuchó el estruendoso sonido de las ruedas derrapando en la calzada y vimos como un automóvil negro se estampaba contra una farola. Pero el conductor parecía ni haberse percatado del accidente, nos miraba con la boca abierta como si nunca hubiese visto una mujer.
Pero claro, todo Toronto nos miraba con la misma sorpresa e impacto, no era que nunca hubiesen visto dos mujeres, sino que unas mujeres nunca habían vestido pantalones cortos, y menos en público.

Cuando volvimos al estudio, casi con la calle en la puerta, corrimos al despacho de la mujer que había tenido esa idea. Cuando nos vio se levantó emocionada.
—Os he visto desde la ventana. Qué estupendas se os ve, habéis causado sensación. A esa ciudad gris le hacía falta un poco de descaro y diversión, ¿verdad? Ya veréis  dentro de unos años, cuando esté comercializado, será tan normal como el hecho de que lo lleven los hombres.
—Esperemos, porque ha sido algo incómodo —aseguró Elsie.
—Lo importante es que hemos feminizado una prenda de hombre, para que vean que no somos tan diferentes como ellos creen —dije.
—Aparte de que es divino —seguía la señora Harper.
—Yo no sé vosotras, pero algo me dice que esta pequeña variación va a cambiar grandes cosas.






jueves, 5 de septiembre de 2013

El verdadero Baltasar

—¡Corre Laura, pon el canal, que empieza ya! —alentó Alberto con impaciencia. Esta fue apretando el botón hasta parar en el canal en que se retransmitía la Cabalgata.
El pequeño se sentó el primero en el sofá mirando atentamente la pantalla. 
Pero cuando llegaron las carrozas de los Reyes Magos arqueó una ceja, se acercó un poco más y señaló una de ellas con el dedo.

martes, 3 de septiembre de 2013

Repertorio de medianoche

Comencé a respirar agitadamente y mi corazón se puso a latir a mil por hora, aproximadamente. Estaba nerviosa, no sabía entonar bien la canción, la letra ya estaba olvidada en mi cabeza, la pantalla era demasiado lejana y las pequeñas letras cambiaban demasiado rápido. Había mucha gente, por lo que cualquier fallo sería desastroso para mí; desafinar, bajar o subir el tono demasiado sería fatal. Inventarme la letra sobre la marcha también, y en caso de lapsus, aunque improvisara, podría provocar una mala reacción del público. ¿Qué hacer ahora? Ya si que no había vuelta atrás, tenía que subir a ese escenario y cantar como nunca en mi vida. Dar la mejor impresión que pudiese, y acabar con ello.
—¡Vamos, te toca! —decía Roger cada vez más nervioso.
Con el micrófono en mano me murmuré a mí misma "No hay nada que perder, nada que perder". Pero no estaba recordando el estribillo, sino recordándome a mí misma que, efectivamente, ya no había nada más en el juego. Yo ya había puesto mis cartas sobre la mesa, ya había hecho mi jugada. Ahora el destino decidiría si me tocaba ganar o perder. Pero sin duda lo perdería todo si no arriesgaba, ahora era el momento.
Con el corazón en la garganta esperé a que la música me trajera el ritmo. Y murmuré para mis adentros:
—Vamos allá.