Cinco kilómetros sin parar, nuevo récord. Carla estiró las piernas mientras jadeaba. Después del calentamiento se acercó a un puesto y compró una botella de agua.
Mientras paseaba por la vía arenosa se fijó en que había varios trozos de cristal verde por los alrededores de un árbol. A las seis de la mañana todavía no habría dado tiempo a limpiar todo el parque... Le apetecía sentarse un rato. Siguió caminando mientras daba grandes sorbos de agua y su respiración y su pulso se moderaban. Estaba sudando a la gota gorda pero tenía frío.
Por fin vio un banco y se sentó. Más restos de botellas y algunos cigarros aplastados hacían alfombra mezclándose con arena y gusanitos húmedos en pequeñas manchas de alcohol y refresco. Desperdigados por la zona, trozos de plástico gris, el envoltorio de un condón. Por suerte no había rastro de ello por ahí. Habría acabado en los matorrales de detrás del banco o en algún otro sitio escondido, junto con más dientes verdes afilados y rollitos de tabaco a medio extinguir. Habría lagos amargos y dulces por todo el camino y regando la hierba mientras las hormigas devoraban los gusanos muertos y los envoltorios futuristas se escondían entre las plantas. Menuda se debió de liar haría apenas unas horas. Estarían ya todos de camino a casa sin recordar nada ni preocuparse por ello. Como cada domingo por la mañana, cuando Carla se levantaba a la vez que ellos se acostaban. A la inversa que hacía unos años, cuando otra gente se levantaba y Carla se metía en la cama con el pelo enredado y la cabeza a punto de estallar. Como las botellas cuando colisionaron contra la madera del banco y contra el suelo, o como los chicles en los labios para disimular el aliento, como los doritos entre los dientes para no vomitar detrás de un árbol o como el éxtasis gracias al paquetito gris eléctrico.
Empezó a oler muy mal, el hedor venía de detrás del banco. Carla se dio la vuelta y descubrió un nuevo charco. Parecía que a alguien no le habían salido bien las gachas y las había tirado sin importar los nutrientes que tienen. Pero no, a Carla le habían salido bien las gachas esa mañana, se las había comido para tener energía para hacer sus cinco kilómetros sin pausa. Había terminado casi sin respiración, con el corazón en la garganta y un sudor frío que le ahogaba y congelaba a la vez. Los que habían estado ahí también habrían sufrido el mismo malestar, todos estaban así a las seis de la mañana, se fuesen o viniesen.
La peste se hizo insoportable y Carla se levantó. Dejó su botella de agua, se la había terminado y por un descuido se fue sin más. La botella de plástico quedó ahí, rodeada de lujuria, gula, avaricia, pereza, ira, envidia y soberbia. En unas horas la escena del crimen quedaría limpia como nunca hubiese pasado nada. La gente se sentaría y se levantaría, se sentaría y se levantaría. Y no pasaría nada. El sábado siguiente por la noche el banco volvería a verse rodeado de seres destructivos y el domingo a las seis de la mañana se irían todos a casa dando tumbos mientras Carla se compraba su botella de plástico y se sentaba entre el contenedor de vidrio y los trozos de cristal. Y se levantaba y se iba.
Mientras paseaba por la vía arenosa se fijó en que había varios trozos de cristal verde por los alrededores de un árbol. A las seis de la mañana todavía no habría dado tiempo a limpiar todo el parque... Le apetecía sentarse un rato. Siguió caminando mientras daba grandes sorbos de agua y su respiración y su pulso se moderaban. Estaba sudando a la gota gorda pero tenía frío.
Por fin vio un banco y se sentó. Más restos de botellas y algunos cigarros aplastados hacían alfombra mezclándose con arena y gusanitos húmedos en pequeñas manchas de alcohol y refresco. Desperdigados por la zona, trozos de plástico gris, el envoltorio de un condón. Por suerte no había rastro de ello por ahí. Habría acabado en los matorrales de detrás del banco o en algún otro sitio escondido, junto con más dientes verdes afilados y rollitos de tabaco a medio extinguir. Habría lagos amargos y dulces por todo el camino y regando la hierba mientras las hormigas devoraban los gusanos muertos y los envoltorios futuristas se escondían entre las plantas. Menuda se debió de liar haría apenas unas horas. Estarían ya todos de camino a casa sin recordar nada ni preocuparse por ello. Como cada domingo por la mañana, cuando Carla se levantaba a la vez que ellos se acostaban. A la inversa que hacía unos años, cuando otra gente se levantaba y Carla se metía en la cama con el pelo enredado y la cabeza a punto de estallar. Como las botellas cuando colisionaron contra la madera del banco y contra el suelo, o como los chicles en los labios para disimular el aliento, como los doritos entre los dientes para no vomitar detrás de un árbol o como el éxtasis gracias al paquetito gris eléctrico.
Empezó a oler muy mal, el hedor venía de detrás del banco. Carla se dio la vuelta y descubrió un nuevo charco. Parecía que a alguien no le habían salido bien las gachas y las había tirado sin importar los nutrientes que tienen. Pero no, a Carla le habían salido bien las gachas esa mañana, se las había comido para tener energía para hacer sus cinco kilómetros sin pausa. Había terminado casi sin respiración, con el corazón en la garganta y un sudor frío que le ahogaba y congelaba a la vez. Los que habían estado ahí también habrían sufrido el mismo malestar, todos estaban así a las seis de la mañana, se fuesen o viniesen.
La peste se hizo insoportable y Carla se levantó. Dejó su botella de agua, se la había terminado y por un descuido se fue sin más. La botella de plástico quedó ahí, rodeada de lujuria, gula, avaricia, pereza, ira, envidia y soberbia. En unas horas la escena del crimen quedaría limpia como nunca hubiese pasado nada. La gente se sentaría y se levantaría, se sentaría y se levantaría. Y no pasaría nada. El sábado siguiente por la noche el banco volvería a verse rodeado de seres destructivos y el domingo a las seis de la mañana se irían todos a casa dando tumbos mientras Carla se compraba su botella de plástico y se sentaba entre el contenedor de vidrio y los trozos de cristal. Y se levantaba y se iba.