miércoles, 29 de enero de 2014

Envidia

Las olas más pequeñas no avanzaban. Solo subían y bajaban, sin apenas moverse del sitio. Eras las típicas olas mediocres que no tenían nada especial. No eran más que una minúscula parte de la inmensidad del todo, no eran nada.
Pero de vez en cuando una fuerza mayor que la brisa levantaba el agua por encima de las demás y esa ola superior al resto podía llegar a hundir barcos, matar personas e incluso destrozar ciudades. Eran olas magníficas que imponían allá por donde pasasen, eran las que hacían del agua algo peligroso y cautivador, algo de lo que atemorizarse, de lo que tener respeto, hacían del mar un ser omnisciente capaz de hacer las mayores barbaridades.
Pero el resto seguía en el mismo punto indefinido sin ningún tipo de gracia, escondidas en ninguna parte. Quién admiraría una ola que no se levanta sin treinta centímetros, que no hace acto de presencia y ni siquiera inspira un poco de belleza al amanecer.
Esas olas no aspiraban a nada excepto a ser esa ola que no solo dejaría huella en el agua sino también en la tierra. Esas serían las que cada día acabarían con las que se encontrasen a su paso con tal que ser la ola, esas serían las que se tragarían a las personas necesarias, las que romperán y hundirán los barcos que fueran con tal de tener la envergadura de una ola para recordar. Pero todas no podían llegar a tal nivel, solo las más destructivas y fuertes podrían soportar la carga y tener la poca piedad de cumplir su cometido. 
Chocaban entre sí con violencia, ola contra ola, una lucha constante entre quién ganaba a quién, quién tendría el honor y el valor de ser la ola y de dejar esa parte olvidada del agua, de tanta agua que había, de salir del anonimato, de vivir, porque destacar era la única manera de que todo el mundo viese que esa ola había estado ahí y que nunca nadie la olvidaría como a esas otras que solo son el relleno del mar, que existe únicamente para las grandes olas.

sábado, 25 de enero de 2014

Nochebuena sin cena

Me senté en la mesa y miré a mi padre, que sonrió algo pícaro.
—Bueno… espero que esta vez no se haya quemado nada… —dijo. Mamá por supuesto le dirigió una mirada penetrante.
—Si no te gusta ahí tienes la puerta.
—¡Vale, vale, solo era una broma! —se excusó acercándose para darle un beso en la mejilla. Ella por supuesto no pudo evitar reírse.
—Supongo que mi Andrea sigue sin noviete, ¿no? —La abuela como siempre poniendo sufijos de los suyos, cómo los echaba de menos.
—Pues sigo sin noviete este año —respondí.
—Bueno hija ni te preocupes, que he conocido muchos muchachotes ahí fornidos que seguro que te gustarían —Se empezó a reír escandalosamente mientras el abuelo bufaba.
—Desde que se ha enganchado al programa ese no para de querer buscar pareja a todo el mundo.
—Bueno papá eso no tiene nada de malo —replicó mi padre mientras iba sirviendo los platos uno a uno—. Así al menos tiene algo que hacer.
Mi abuela me guiñó un ojo y al fin mi padre se sentó. Les miré a todos, uno por uno mientras empezaban a comer.
Entonces me levanté de la mesa y dije con los ojos llenos de lágrimas.
—Os echo de menos.
Mi madre fue la primera en levantarse y ponerse a mi lado.
—Y nosotros a ti mi niña, siento mucho que nos fuéramos de esa manera y tan pronto.
—Mamá, pienso vosotros cada día. Echo de menos que se te queme la comida y papá echo muchísimo de menos que siempre bromees con eso. Abuela extraño un montón que me preguntes todas las navidades si ya tengo novio y que el abuelo… bueno, que sigas siendo tan serio. Sois la mejor familia del mundo, y quiero estar con vosotros.
—Lo sé mi niña, pero nos veremos en unos años. Tú ahora tienes que vivir tu vida y, aunque no estemos juntos, nos basta con que te acuerdes de nosotros.
Cuando iba a abrazarla se desvaneció delante de mí, después papá, la abuela y por último el abuelo. Todos se fueron.



—¿Andrea, qué haces? —las doctoras entraron en el dormitorio. Andrea se movía por el cuarto como cogiendo cosas.
—Estoy recogiendo la mesa.
—Cielo la cena está servida, pero la del comedor, la que se come.
—Ha venido mi familia a visitarme, pero se han tenido que ir muy rápido.
—¿De veras? Bueno ya volverán otro día.
—Sí, volverán. Íbamos a comer pollo, pero mi madre lo ha vuelto a quemar. Y la abuela me ha preguntado si tenía novio, le he tenido que decir que no. Me daba vergüenza.
—¿Tienes novio, Andrea?

—Sí, está aquí. Le he invitado a cenar. La Nochebuena hay que pasarla con los seres queridos. Vamos —hizo un gesto y salió por la puerta seguida de las enfermeras. Las tres recorrieron el largo pasillo hasta el comedor del psiquiátrico.