Cuando abrí los ojos el primer estímulo externo que me llegó fue el ronquido de aquel hombre a mi lado, un segundo después noté su brazo sobre mi cadera desnuda. Parpadeé y con sumo cuidado trasladé su mano lejos de mí para poder sentarme sobre la cama. Recordé bien lo que me había dicho antes de pagarme y meterme en la cama: que me daría más si me quedaba hasta pasado el medio día con él, por suerte mi insistencia había conseguido ese dinero por adelantado, el siguiente paso era largarme de aquel dormitorio mediocre, de aquel piso mediocre, lejos de aquel hombre mediocre.
Sentí algo junto a mi pierna, mi sujetador. Después de ponérmelo me bajé de la cama y me puse a gatas, palpando el suelo en busca del culotte, no más lejos de donde me encontraba. Conseguí ponérmelo sin erguirme y proseguí mi búsqueda. Me encontré dos prendas una encima de la otra, los pantalones del hombre y mi minifalda de tubo. Tocaba ponerse a la pata coja durante unos segundos. Con cuidado me apoyé en lo que mi tacto interpretó como una mesita y logré enfundarme con éxito, aunque sin la certeza de que no estuviese del revés. Pero ahora no podía andar cual bebé por la habitación, solo podía ponerme de rodillas e intentar encontrar el resto de prendas. Por culpa de esto, mi pierna se empotró contra el pico de la cama y no pude evitar pegar un pequeño grito de dolor. Después de eso me quedé quieta mientras una pequeña lágrima cruzaba mi mejilla, el hombre no se inmutó. Aún con el compás de sus ronquidos me desplacé hasta llegar a lo que parecían ser las cortinas de la ventana, y justo ahí debajo estaba mi top. Busqué con las yemas de los dedos las lentejuelas que me indicaban que al menos eso estaría bien puesto.
El hombre se revolvió en la cama y no lo pensé dos veces: debía salir de ahí cuanto antes. Lo poco que recordaba de la disposición del dormitorio era que la ventana estaba en la pared paralela a la de la puerta y que la enorme cama estaba entre ambas.
Me pegué al fondo del cuarto al estilo de los espías de las películas y fui desplazándome, chocándome levemente con un sillón que tenía un cenicero y una caja de tabaco y sobre el cual se encontraba mi chaqueta, con la que me topé de pura casualidad. Me di cuenta de que no había encontrado mis medias, pero ahora no tenía tiempo para ello. Cuando estaba a punto de llegar a la puerta me agaché, recordaba haberme quitado los tacones nada más entrar en la habitación. Estaban los dos juntos donde me los había quitado. Con una mano palpé la puerta hasta dar con el pomo, en la otra sujetaba los zapatos. Cuando me disponía a girarlo para por fin salir de allí escuché pasos al otro lado.
—Alfonso, ¿estás despierto? Hemos llegado antes, mis padres están en el salón.